Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Como una ola

Sitiados y retratados, los dirigentes del SAS han cedido por las malas lo que tenían que haber negociado por las buenas

El triunfo popular se produjo el pasado domingo, cuando el pueblo, en el más noble sentido de la palabra pueblo, se manifestó de nuevo. A la altura de Constitución le comenté a Ramón Ramos, compañero y sin embargo amigo, que aquello era lo nunca visto: "O sobra gente o faltan calles". Una inmensa ola familiar, armada con razones, pesares y globos blancos, inundó la ciudad de pureza y rindió el capricho de los burócratas por primera vez en tres décadas. Lo hicieron los ciudadanos, todos a una, como en el drama clásico, sin los representantes de ningún partido político al frente. Ese mismo día los dirigentes del SAS comprendieron que cualquier resistencia es inútil y que negarse a atender las reivindicaciones de médicos, enfermeros y pacientes conlleva el peligro de perder definitivamente Granada y extender el contagio a otras capitales andaluzas. Aquilino Alonso, el consejero, tan duro de oído, al que hasta entonces sólo se le había escuchado decir "no", tomó consciencia de que, en política, rectificar es de listos, porque de sabios hubiera sido consensuar la fusión con los expertos antes de ponerla en marcha. Así que se plantó frente al espejo y empezó a aprender a pronunciar "yeah", que es un yes festivo, un sí gozoso y candeliano. Y quizá le oigamos decir "yeah" al mantenimiento del Materno, "yeah" al cese de los responsables del contradiós, "yeah" a los dos hospitales generales completos, "yeah" a lo que haga falta, "yeah" a todo lo que antes había dicho nones.

Sitiados y retratados, los máximos dirigentes del SAS han cedido al final y por las malas lo que tenían que haber negociado desde un principio y por las buenas. Cabe esperar que la nueva actitud no responda a una maniobra de distracción, a un intento de ganar tiempo, sino al convencimiento de que no hay otra que recuperar el nivel asistencial que jamás se debería de haber perdido. Lo contrario acabaría por convertir la protesta en un ritual y, ya se sabe, a los granadinos no hay nada que los ponga más que una tradición. O sea, que victoria. Y gracias de todo corazón, y de pulmón, y de riñón, a Spiriman, al doctor Fidel Fernández, a los miembros de las plataformas críticas y a los sindicatos que emprendieron esta lucha. Puestos a exagerar, y como le oí en La Habana al final de un discurso de seis horas a otro Fidel al que la muerte ha vuelto a poner de actualidad: "Serán eternos mientras la eternidad exista".

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