la tribuna

/ Sergio Hinojosa

¿Qué pasa en la calle?

LOS centros de decisión se alejan cada vez más del ciudadano porque el núcleo de influencia económica se aleja también. Si la política es el instrumento para la adecuación legislativa a estos nuevos intereses, también la política se aleja del ciudadano. Si el discurso político se empobrece no es porque los políticos sean malos, sino porque a la imposición de dichos intereses no conviene un discurso más reflexivo.

¿Qué percibe el ciudadano? Que las decisiones son cada vez menos territoriales y menos políticas. Que lo que se les aporta como solución a sus problemas es cada vez más genérico. Que el discurso que oyen y las imágenes que ven pueden corresponder a este o cualquier otro país.

La homogeneización y estandarización son el producto de una ordenación del mercado global. A tal mandato se acopla el tono simplista del discurso político. Desde este funcionamiento político, el legislativo se nutre no de la reflexión colectiva, sino de las normativas creadas por la experticia para adecuar la producción, los servicios y el consumo a las nuevas condiciones del mercado global.

Las leyes no son leyes garantes sino normas contractuales. Lo que silencia la ley permite y consiente el saber hacer. Ese es el amparo de la libertad. En la norma contractual, lo que se debe hacer, o queda explícito o no está permitido. El saber hacer no queda a discreción del sujeto, sino pendiente del mandato experto. Este, en nombre de la ciencia, se impone desde organismos internacionales (OCDE, BCE, OMC, FMI, OMS, etc) en los ámbitos tradicionalmente participativos y democráticos.

La falta de participación efectiva en los ámbitos más relevantes de nuestras vidas sumieron en la atonía a muchas de estas personas, que ahora se asoman a la calle como despertando de una mal sueño.

La política de hechos consumados en estos ámbitos no es sólo la del partido gobernante. El partido aspirante desde la cómoda oposición y el resto de partidos, confrontados con eslóganes, sigue este juego. También los sindicatos y prácticamente la sociedad al completo es, de alguna manera, cómplice de esta eficiencia sorda y ciega de la experticia legisladora.

El Instrumento normativo básico de esta transformación de las organizaciones empresariales y de servicios a las nuevas exigencias del mercado deriva de la NORMA ISO, uno de los principales instrumentos de convergencia. De ahí han nacido las redes de expertos comandadas por las Agencias, que ahora aparecen hasta en la sopa boloñesa, para mostrar su eficiencia y dinamitar las soberanías nacionales. La condiciones de producción, las condiciones para el consumo son tabuladas y diseñadas fuera del alcance político. Los servicios, antes relativamente cercanos a las decisiones del ciudadano, (educación, sanidad, etc.) en las que se veían involucradas personas comprometidas que incidían en las formas de trabajo, se ven hoy, cada vez más, bajo el imperio de normas pautadas de esta nueva experticia y al socaire de intereses económicos ajenos a los propios ciudadanos. La gente percibe que el médico ya no puede ejercer como tal, sino como agente de fármacos; la gente ve que el profesor queda encapsulado en una burocracia que los desborda y que lo que antes era interés y voluntarismo, ahora es hastío, desvalimiento e impotencia. La gente ve que los tenderos desaparecen y los dependientes se convierten en agentes comerciales de sonrisa vigilada. La gente ve que la ciudad se deshumaniza y se torna ajena, no paseable y apenas vivible, por la instalación de nuevas formas más rentables de tránsito y absorción del consumo. La gente ve cómo sus casas de ser barquitas de paseo, se convierten en buques transatlánticos difíciles de dirigir y gestionar. En fin la gente ve que la complejidad creciente no está en función de los más, sino del interés de los menos.

La vía de imposición es la política de hechos consumados. Experticia objetiva sí, lugares para debate y reflexión no. El diseño de estos instrumentos legales y normativos es consensuado no por los sectores implicados, sino por la experticia incrustada en dichos sectores, orientada a conseguir una competitividad en el mercado global y dirigida desde las Agencias Internacionales y sus hermanas nacionales. La forma de crecimiento de las ciudades, los modelos de relación establecidos en las empresas, en educación, en sanidad, en todas las instituciones al calor de la llamada "cultura de la calidad" sumergen a los ciudadanos en una atmósfera irrespirable. Por eso salen a la calle, porque necesitan respirar, porque necesitan ser considerados sujetos.

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