Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

La patata y la rosa

A la carcajada, aunqueagria, moverán en décadas homilías como la últimadel monseñor de Granada

La última arzobispada me sorprende revisando una versión abreviada de La áurea leyenda. Tras La Biblia, el libro de Jacobo de la Vorágine fue el más popular de la Edad Media, y en él se detallan las vidas de santos reconocidos por la Iglesia en el siglo XIII. Hay quien mantiene que en el original se afirma que cuando Jesús fue crucificado se abrieron las puertas del cielo, los ángeles tocaron las trompetas y murieron todos los "maricones" del mundo. No lo certifico, pero la edición reducida muestra que en la aurora del cristianismo, especialmente durante el imperio de Diocleciano, los habitantes del cielo, del infierno y de la tierra conversaban a diario animadamente y se suspendieron de continuo las leyes del universo. Santa Margarita fue engullida por un dragón al que, tras santiguarse a la altura del gaznate, hizo explotar al llegar al estómago. A María Magdalena, "la apóstola de los apóstoles", los ángeles la transportaban al cielo siete veces cada día durante los 30 años que permaneció encerrada en una celda. Juliana le ató las manos a la espalda al diablo, lo arrojó al suelo y le propinó una azotaina. Longino, casi ciego, recuperó la vista cuando atravesó con su lanza el costado de Jesús y unas gotas de su sangre le salpicaron los ojos. Y en este plan.

En aquella Europa colmatada de represión sexual, de astillas de la Cruz, de jirones del Sudario, de uñas, de pelo y de metatarsianos de mártires con seis manos, semejantes ficciones eran tomadas por reales y movían tanto a la piedad como en la actualidad mueven a la carcajada. Y a la carcajada, aunque agria, moverán en décadas homilías como la del monseñor de Granada, en la que mantiene que Cristo vino al mundo a "enseñarnos a distinguir una patata de una rosa y un hombre de una mujer" quince siglos antes de que la patata llegara de América. La misma homilía en la que denigra por patológicas las políticas a favor de la igualdad y de la liberación femenina y orienta sobre la educación que deberían dar las escuelas al respecto. Las palabras de un arzobispo van a misa: son creídas por sus feligreses, muchos de los cuales pretenden formar a sus hijos en los valores que sus pastores promueven y en centros subvencionados por todos, por millones de hombres y de mujeres. ¡Dios mío, ilumina a tus representantes! Hay días que parece que han leído el Evangelio al revés. O La áurea leyenda al derecho.

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