La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Una de piratas buenos...

Lo más importante de la joven Robin Hood de la ciencia es que nos recuerda que sí importan las causas y los porqués

La llaman la Robin Hood de la ciencia pero todos piensan en Julian Assange y en Edward Snowden. Alexandra Elbkayan tiene 28 años, nació en Kazajistán, vive en Rusia, es informática y desde el año 2011 se enfrenta a las grandes editoriales del mundo científico con una plataforma pirata (Sci-Hub) que permite el acceso libre a millones de publicaciones de pago. ¿Héroe o villana? ¿Robo o conocimiento compartido? ¿Por qué no todo el mundo puede tener acceso a los avances de la ciencia?

El conflicto nos aboca de lleno a las contradicciones del sistema capitalista: hay un puñado de revistas que se han convertido en marca de prestigio y excelencia académica (piensen en Nature, Science o Cell) y que, de paso, explotan su posición siendo cada vez más restrictivas y hacen negocio. Son el stablishment de la ciencia en un mundo cada vez más abierto, colaborativo y transversal. Alexandra escribió su tesis en 2009 pero, tal y como confesó hace un par de años en una carta abierta al New York Times, no pudo estudiar los documentos que necesitaba para su proyecto: es de "locos" exigir a un estudiante que pague entre 30 y 40 dólares para ojear los cientos de artículos que requiere una investigación.

Su situación es particular -la mayoría de los científicos tienen acceso a cientos de revistas a través de sus universidades- pero el debate va mucho más allá de la casuística personal de la joven kazaja y del enfrentamiento judicial que se está librando en Estados Unidos por un delito contra la propiedad intelectual entre esta provocadora David del conocimiento y los Goliat de la publicación científica (la editorial Reed-Elsevier, la que más ingresos mueve por papers, le ha puesto una demanda).

Hace sólo unas semanas, la Aneca, la agencia de evaluación española que teóricamente controla "la calidad de la enseñanza superior en docencia e investigación", ha vuelto a endurecer los criterios de filtro del profesorado reforzando la idea de que, en la práctica, este organismo se ha convertido en un efectivo instrumento del Gobierno para limitar las vías de acceso al cuerpo de funcionarios de las universidades y las posibilidades de hacer carrera académica. Al final, todo se reduce a una máxima: hay que publicar; aprender a publicar; publicar en revistas de impacto. Pero las publicaciones de prestigio también estrechan el embudo, tardan meses en contestar a los investigadores sobre la validez de sus trabajos y, de forma cada vez más alarmante, se limitan a decir que "no interesa" a la revista, que no se ajusta a su enfoque editorial, sin ni siquiera someter el paper a su lectura y revisión.

En este círculo vicioso también hay negocio. Y tiene más relación con las "injusticias del sistema" contra las que batalla la informática kazaja que con el propósito compartido de acabar en las universidades con la "mediocridad". Hace un par de años, y el panorama con los recortes de la crisis y la tasa de reposición no ha hecho más que empeorar, escribía el premio Nobel Randy Schekman un duro artículo explicando por qué las grandes revistas "hacen daño a la ciencia", por qué el sistema es "tan perjudicial como la cultura de las primas" lo ha sido para la banca. Empezaba así: "Soy científico. El mío es un mundo profesional en el que se logran grandes cosas para la humanidad. Pero está desfigurado por unos incentivos inadecuados. Las mayores recompensas son para los trabajos más llamativos, no para los mejores". Si unimos las críticas del Nobel con la rebelión de Elbkayan, la conclusión es desalentadora: invalidamos tanto la forma como el fondo del actual ecosistema científico. Cerrado, exclusivo, en manos de unos pocos y sujeto a unas dinámicas perversas que miran más por el negocio que por el conocimiento.

Robar, en sentido estricto o figurado, es robar. Legalmente punible y moralmente reprobable. Pero no seamos demagogos y esquivemos la incomodidad de tener que admitir el problema: la ciencia (también) está enferma. Tal vez lo más importante de la joven Robin Hood es que nos recuerda que importan las causas e importan los porqués. Que son tiempos para reivindicar los Quijotes contra los molinos de viento.

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