El patio político

Guillermo Ortega

Ni una pizca de envidia

PONGO la radio y escucho a José Montilla defenderse de los que le acusan de ganar más dinero que Zapatero diciendo que se pasa el día en el despacho, que llega a las ocho de la mañana y raro es que se vaya a su casa antes de las nueve de la noche.

Cosas así me reafirman en mi idea de que, a esos señores, no les tengo ni pizca de envidia. Ganan bastante más pasta que yo y por supuesto tienen muchos más privilegios, pero en esos pequeños detalles que, sumados, dan en denominarse calidad de vida les gano por goleada, lo tengo clarísimo.

Sé de un diputado que se levanta a las cuatro de la mañana para irse a Sevilla, coger un AVE, trabajar en el Congreso hasta bien entrada la tarde, pillarse otro tren de vuelta y llegar de vuelta a casa pasadas las once de la noche, cuando sus dos hijas ya llevan tiempo acostadas. Conozco a otro que tiene el estómago destrozado de tanto comer fuera, a un tercero que se gasta un dineral en almax porque está que no puede con la acidez, a un cuarto que, nada más sentarse a la mesa a desayunar, se toma una pirula para la ansiedad, otra para la tensión y una más para la jaqueca.

Ganan bastante, pero llevan en el sueldo soportar la crítica de la oposición, el análisis de la prensa que le es hostil y el insulto directo del hombre de la calle. Es político las 24 horas del día, lo que quiere decir que si una noche le da por desparramar, beberse cinco copazos y emular a Alejandro Sanz o Mónica Naranjo en un karaoke, será carne de cotilleo para todos los que hayan presenciado el espectáculo. Y si antes de ser un cargo público conocido tenía por costumbre ir a playas nudistas, deberá elegir entre cambiar de afición o soportar estoicamente las miradas de los demás bañistas, y eventualmente, si es ya alguien tirando a famoso, los flashes de los paparazzi.

Tienen poder, tienen dinero, tienen mano. Pero carecen de intimidad, apenas disfrutan de los suyos y generalmente están mal vistos. ¿Envidia? Ninguna.

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