Editorial

Una política europea en Afganistán

EL interés de la Unión Europea por mejorar las relaciones con Estados Unidos bajo la premisa de la amistad y el multilateralismo puede tener su prueba de fuego en la guerra de Afganistán. Uno de los compromisos de política exterior adquirido por el presidente electo Barack Obama ha sido precisamente preparar la retirada de tropas en Iraq, donde Bush situó erróneamente el frente fundamental de la lucha contra el terrorismo islámico, y reforzar la presencia militar en Afganistán, donde el objetivo de erradicación de los fanáticos talibanes está muy lejos de lograrse. En esta tesitura, los ministros de Asuntos Exteriores de los Veintisiete han sido capaces de consensuar, a iniciativa de Francia, un documento-propuesta sobre la crisis afgana que será presentado a Obama como muestra de compromiso y solidaridad de la UE con la operación promovida allí por Washington y respaldada por Naciones Unidas. La vieja Europa promueve una nueva estrategia política para solucionar el conflicto, en la que destacan la apuesta por dotar de más medios a los gobernantes afganos para hacerse cargo de la seguridad en el país, favorecer la reconciliación nacional e implicar a las naciones vecinas, básicamente a Pakistán, cuyo concurso es imprescindible para garantizar la pacificación de una región en la que el integrismo totalitario continúa siendo un peligro para la paz internacional y para la seguridad del mundo. En el contexto de este replanteamiento estratégico, la Unión Europea manifiesta a Obama su disposición a realizar el esfuerzo militar necesario para alcanzar los objetivos, incluyendo el envío de nuevas tropas que aseguren la victoria de la coalición democrática. En definitiva, Europa no se limita a enseñar un camino probablemente más acertado que el que se ha transitado hasta ahora, sino que está dispuesta a arrimar el hombro para recorrerlo. Lejos del unilateralismo de Bush, que ha llevado al desastre de Iraq y a la existencia de Guantánamo, la nueva presidencia norteamericana podría inaugurar una nueva etapa en las relaciones trasatlánticas aceptando un debate entre aliados y amigos para alcanzar el acuerdo necesario. Y los 27 habrán de corresponder al esfuerzo. También España.

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