Opinión

Andrés Soria Olmedo

Una promesa ejemplar y el Centro Guerrero

LA destrucción del Centro Guerrero tal como lo hemos conocido en los últimos diez años me lleva a recordar un episodio del pasado, contra el error común de creer que las comparaciones son odiosas.

El 20 de julio de 1924 Juan Ramón Jiménez dirigió una carta a "Teodorico García Laorta", fechada en Madrid. Es una carta de protesta: al regreso de su estancia en Granada, se trae la "obsesión, seca, agria" de "la escalera jardín empergolada que están componiendo dentro de la Alhambra". Sigue escandalizándose Juan Ramón de que se confunda "la seudo Sevilla de hoy" con "la Granada de siempre", denunciando el "empedradito lusitano" y exponiendo las calidades del empedrado granadino que se desdeña: "El empedrado de Granada mezcla la guija negra y la clara en un conjunto tierno, dorado, plateado, que parece trencilla, cuarda; y cuando lo moja el agua, salen aquí y allá lo negro y lo rubio, contajiados, como en un enjambre de avispas o en una enredadera de armonizadas melodiosas hojas y flores". Se cierra con un encendido llamamiento a no consentir tal atentado: "No es posible, exaltado amigo mío, que ustedes, los que viven o están tiempo ahí, puedan resistir o consentir esto. Concha, Isabelita, Paquito, Falla, Fernando de los Ríos, Ángeles, Lanz, ustedes, deben lejionarse y ayudar a don Leopoldo Torres Balbás a deshacer, con persuasión o dinamita, toda esa espantosa incomprensión hecha ladrillo pulido, recortadita piedra y azulejos nuevos."

No sé si la agresión fue tan grave ni si la solución se acomodó a las exigencias del poeta. Tiendo a pensar que el lugar a que la intervención a la que alude -al parecer en el Partal- no escandaliza hoy a nadie. Pero la carta -merecería la pena citarla completa- es una exhibición de prosa al servicio de la discriminación estética, y en ella llaman la atención tres cosas: la precisa calidad del gusto de Juan Ramón Jiménez y su vigilancia admirable de la "maravilla morada, frondosa y plata "que para él era Granada; la de la trayectoria artística y profesional de tantos miembros de esa pequeña legión: Juan Ramón, Federico, Falla, De los Ríos, Ángeles Ortiz, Torres Balbás, Lanz; y sobre todo el destino de ese grupo al completo a raíz de la guerra civil : Federico, asesinado; sus hermanos (Concha, viuda del alcalde, fusilado también), en el exilio, como Juan Ramón, Fernando de los Ríos, Falla, Manuel Ángeles Ortiz; Hermenegildo Lanz y Leopoldo Torres Balbás, represaliados.

Lo más probable es que Juan Ramón no enviara esa carta. Sin embargo pertenece al ciclo de su libro póstumo Olvidos de Granada y así figura en apéndice a la cuidadosa edición que hizo Manuel Ángel Vázquez Medel para la colección La Estrella de la Diputación de Granada (2002, reedición en 2008), la misma colección que incluye en su catálogo José Guerrero, el artista que vuelve (2001), donde se recogen las entrevistas que un joven licenciado en Historia del Arte, novelista y periodista, Antonio Muñoz Molina (con el apoyo de un pintor amigo, Juan Vida) le hizo en los años ochenta a aquel artista, entre mítico y pícaro, cuyo exquisito y fuerte sentido del color y la forma le abrió un hueco neto, reconocible a mil leguas, en el Expresionismo Abstracto norteamericano.

No es fácil un asiento en el palco de Pollock, De Kooning, Motherwell, Kline, Esteban Vicente, incluso Rothko, en Estados Unidos. Pepe Guerrero lo logró, y a la vez -como los cantes de ida y vuelta- volvió a la Península, a dialogar o discutir con Zóbel, Saura o Millares. Y más aún con los nuevos, con los jóvenes críticos y artistas de la transición (vino como anillo al dedo de la movida que jugó por un momento a poner a Matisse por encima de Picasso); pintores como Miguel Ángel Campano, que hizo una exposición memorable en el Centro que ahora se extingue.

¿Por qué acudir a ese precedente de 1924? En el caso del legado de José Guerrero, las circunstancias son evidentemente otras: dejan de poderse ver unos cuarenta cuadros: las personas interesadas en que se conserve el Centro, con su programación al servicio de lo público, tal como ha venido realizándose en estos diez años de modo notable, somos muchas más, igual de indignadas aunque menos distinguidas, como puede comprobarse en el sitio de Internet de la Plataforma por el Centro Guerrero. El pasado mes de mayo publiqué un artículo para defender la continuidad del Centro en los términos simples de presencia o ausencia.

Ahora, con más rabia que melancolía, una vez que se ha optado por que desaparezca el Centro Guerrero, pienso que lo comparable de ambas situaciones es la afiliación a una opción o a otra: a un lado de la brecha, seguidores de aquella selecta y modesta legión de víctimas, quienes sentimos que la ausencia de esos cuadros y de este centro es una catástrofe, el cataclismo de cerrarle al público una ventana abierta al arte contemporáneo en Granada, única e irremplazable. Al otro lado de la brecha, quienes causan el daño, más hondo para muchos si se atreven a decir que son de izquierdas.

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