La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Las otras puertas giratorias

Tan vitales son para un partido los vasos comunicantes con las instituciones, que hasta llegan a determinar su día a día

Las puertas giratorias no funcionan sólo para los altos cargos que buscan acomodo (y altísimas remuneraciones) en el confort de las grandes empresas del sector privado cuando tienen que dar por cerrada su etapa de "servicio público" por imperativo legal, por decisión personal o por invitación forzada. Aunque hay quienes sembraron antes de dar el salto a la política y tienen donde volver, nadie se sorprende ya de que un exministro ocupe una envidiable posición en una multinacional, de que se premie a un exalcalde con un cargo vistoso o se busque refugio a un exconsejero en una tranquila empresa pública.

PP y PSOE llevan toda la democracia practicando y, por regla general, es legal: el político en cuestión ocupa su nuevo puesto y se gana el sueldo. Con más o menos dosis de (in)competencia, madrugará, se esforzará y se estresará como cualquiera de nosotros.

Estas (malas) prácticas de colocación exprés, compartidas en cualquier país de nuestro entorno, pueden resultar reprobables pero se ajustan a lo que marca la ley. Los escándalos llegan cuando los políticos hacen malabarismos de indecencia. El ejemplo más reciente lo tenemos en Francia: la mujer del candidato a la presidencia Francois Fillon llegó a cobrar hasta 900.000 euros como "asistenta parlamentaria" por no hacer nada durante más de una década. La exclusiva de Le Canard fue aplastante: Penélope es la asesora mejor pagada en la historia de la V República. Y por un empleo ficticio.

En Granada, el caso Emucesa se está abriendo paso como una mala copia de ese nepotismo nada ilustrado que conecta con el tráfico de influencias y que termina dando forma a la corrupción. Pero no nos engañemos; el puñado de puestos fantasma en la empresa municipal del cementerio (el informe interno que se ha filtrado esta semana alude a seis contratos de alta dirección autorizados entre 2005 y 2012 por los concejales María Francés y Juan Antonio Fuentes) no es más que la punta del iceberg. El pasado mes de abril, publicábamos en este periódico un análisis detallado sobre las cuentas internas del PP que revelaba el impacto económico que había supuesto para el partido la pérdida de poder tanto en el Ayuntamiento de la capital como en la Diputación. Nuestra jefa de Local, Lola Quero, rastreó en la documentación del partido que justo antes de las elecciones de 2015 tenían contabilizados casi 3,9 millones de euros anuales en sueldos (2,6 salían de la capital y 1, 3 de la institución provincial) que pagaban a diferentes personas del partido en puestos técnicos y que solían justificar como cargos de confianza. ¿Cuántos cumplían y cuántos no? ¿Se bordeaba la ilegalidad? ¿Paga la administración pero el trabajo se desempeña en el partido? ¿Paga la empresa y el empleo ni existe?

Tan vitales para un partido son estos vasos comunicantes con las instituciones, con el poder, que buena parte de su funcionamiento ordinario puede acabar dependiendo de que se gobierne o se hiberne en la oposición. Un informe interno de la gerencia del PP advertía, por ejemplo, del elevado coste que suponía mantener el alquiler de su imponente sede del Zaidín...

Pero el PP no ha inventado nada que el PSOE no haya practicado cuando ha podido. ¿Quién lo ha hecho con más descaro? Las dinámicas las engendra el poder. Lo hacen porque pueden; y no lo denuncian cuando toman el relevo porque no les conviene. La paradoja es sintomática: buena parte de la vida municipal se desarrolla en los tribunales por su desenfrenada afición a desempatar cualquier conflicto recurriendo a los jueces y, justo cuando hay un caso alarmante con aparente recorrido penal, nos lo pensamos.

Lo de abrir ventanas y levantar alfombras queda muy bien en la retórica del ganador pero todos sabemos que tiene un precio. A los nuevos partidos se les critica, y con razón, la rapidez con que se están dejando contagiar por la mala praxis de la vieja política pero hay momentos (y éste es uno de ellos con Vamos Granada tirando de la manta en Emucesa) en que se hacen valer y nos recuerdan por qué había que zarandear al bipartidismo. Aunque sólo sea por una cuestión de tiempo y de oportunidad.

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