Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

La reina de Inglaterra

Chaves pecó de confiado o de soberbio y eso marcó su caída política y, a la postre, lo sentó en un banquillo

Quizás lo peor de la declaración de Manuel Chaves en el juicio de los ERE es que es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Que él sobrevolaba la gestión de su Gobierno, que daba las órdenes y marcaba las grandes líneas, pero no se preocupaba de cómo se cumplían esas órdenes mientras ayudaran a cumplir el objetivo marcado. La concertación con sindicatos y empresarios y la paz social, que venían a ser la misma cosa en aquellos años, eran la prioridad y a ello se supeditaban los procedimientos, que, lógicamente, debían ajustarse a la legalidad y a la normativa. Aunque el presidente no entraba en tales nimiedades: escapaba a su "ámbito político de decisión". Eso permitió que durante las casi dos décadas que estuvo al frente de la Junta de Andalucía se sentara cada martes en las reuniones del Gobierno un consejero de Empleo que, por lo visto, no tenía que dar cuenta de cómo se hacían las cosas, sino, simplemente, de que se hacían. Y que a su vez, ese consejero tuviera en el despacho de al lado a un director general con una idea un tanto líquida de la frontera entre lo que está permitido a un órgano de la Administración y lo que no, y de hasta dónde puede llegar la discrecionalidad en la toma de decisiones.

Éste es el ambiente que propicia que para que el jefe que está en San Telmo no tenga problemas y Andalucía sea una balsa de aceite se monte un sistema opaco y clientelar en el que unos cuantos agazapados en la Consejería de Empleo hacen y deshacen a su antojo, meten intrusos en las listas de trabajadores acogidos a las ayudas o negocian sin demasiados miramientos las comisiones que se llevan las aseguradoras por la gestión de las pólizas.

Arriba, en la estratosfera política en la que habita por razón de su cargo, el presidente no se entera de nada. O no quiere enterarse. Su "ámbito político de decisión" lo aleja de las miserias del día a día. Pero un político que está al frente de una institución tiene la responsabilidad derivada de todo lo que ocurre en esa institución, como un capitán de barco la tiene de todo lo que ocurre a bordo. Chaves pecó de confiado o de soberbio, vaya usted a saber, y eso marcó su caída política, arrastró al desprestigio a su partido y a la propia Junta y, a la postre, lo sentó en un banquillo en una decisión judicial altamente discutible. El pecado fue creer que él era la reina de Inglaterra y que San Telmo era Buckingham. Que reinaba, pero que del gobierno se ocupaban otros. Lo está pagando.

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