Señales de humo

José Ignacio Lapido

Otra ronda

LAS columnas sobre el botellón se han convertido en todo un subgénero literario local. Se han publicado tantas que pronto esta modalidad ocupará un lugar de preferencia junto a la media granaína, los Cuentos de la Alhambra y las quintillas de las carocas. De hecho, a mí ya sólo me falta escribirlas en verso.

Para el columnista que se aburre de la actualidad, como es mi caso, gran parte del atractivo de estas monumentales libaciones colectivas reside en la actitud que la autoridad toma ante el fenómeno. ¿Palo o zanahoria? Se hacen apuestas.

Tras la convocatoria del enésimo macrobotellón para el Día de la Cruz, al alcalde únicamente le ha faltado gritar "¡A mí la legión!". No sólo lo ha prohibido sino que ha solicitado que Policía Nacional y Guardia Civil ayuden a la Policía Local a impedir que los alegres bebedores se acerquen siquiera al sitio que él mismo construyó para tales menesteres. Pretende cerrar la ciudad para ahuyentar a los lobos, mejor dicho: a los lobazos.

El corpus argumental de Torres Hurtado a la hora de enfrentarse a estas jacarandosas bacanales es lo más parecido a una Teoría General de la Contradicción. Ha pasado de invitar a los mozos de su partido a "disfrutar del botellón tan bien organizado que tenemos en esta ciudad" a enviar a los antidisturbios. Entre medias de eso inauguró un botellódromo, que como su horrible nombre indica es el lugar que se paga con dinero público para que los jóvenes hagan allí lo que no queremos que hagan a las puertas de nuestra casa: beber, gritar, vomitar, orinar… en definitiva, hacerse hombres de provecho.

Dependiendo del día, Torres Hurtado es capaz de regalarnos el más bello discurso epidíctico sobre el tema. Ora alaba las cogorzas organizadas ora las denuesta. Tenemos un sofista como alcalde. Me lo imagino en el ágora con una túnica y veo al Protágoras del siglo XXI. Un maestro de la antilogía, que como todos los niños saben es el arte de sostener una tesis y la contraria con argumentos igualmente irrefutables.

La novedad para esta temporada 2008 es la aportación epistemológica del alcalde al discriminar entre el bebedor local y el foráneo. Así las cosas, el borrachuzo granadino contaría con las máximas consideraciones por parte de la autoridad mientras que el dipsómano forastero vendría a importunar a los pacíficos vecinos del término municipal. El proto-beodo de aquí orinaría en las esquinas con donosura y sin par delicadeza, al contrario que el de fuera, que importunaría grandemente con su alboroto insolente y sus micciones indeseadas. O lo que es lo mismo: viva Graná que es mi tierra.

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