MIRADA ALREDEDOR

Juan José Ruiz Molinero

La serpiente moribunda

EN los treinta años de democracia hemos constatado todos que el mayor enemigo declarado de la misma -por sus asesinatos y por los pretextos que propició para golpistas y nostálgicos del oprobioso régimen que sufrimos durante cuarenta años- fue y es la banda terrorista ETA. Hemos lamentado sus crímenes -más de ochocientas víctimas mortales- sus extorsiones, sus amenazas. Por eso, cuando hace público un nuevo comunicado anunciando el cese de "las acciones armadas ofensivas" todas las fuerzas políticas democráticas han dicho que el único comunicado aceptable a estas alturas es el anuncio de la entrega de las armas y su desaparición del espacio social y político que la mantenía en pie. Porque no hay que olvidar que cuando Batasuna iba a las elecciones de su brazo, obtenía el voto de decenas o centenas de miles de vascos.

Las cosas han cambiado en los últimos años. Muchos de los etarras creen inútil lo que ellos han llamado 'lucha armada'. La unidad de las fuerzas políticas democráticas, tras el fracaso de los intentos de diálogo de todos los gobiernos de la Democracia, la intensificación de la lucha policial, no sólo en España, sino con la colaboración de los gobiernos de Francia y últimamente de Portugal, han debilitado a ETA, la ha dejado sin refugios y, sobre todo, de simpatías ideológicas. Saben muy bien que con los crímenes y las bombas no van a conseguir nada. Por eso confían sólo en seguir poseyendo, en el seno de las instituciones democráticas, que ellos han utilizado para sus fines políticos, las voces que han perdido con la Ley de Partidos, donde, lógicamente, no pueden estar los que no condenen explícitamente la violencia y el terrorismo como arma política.

Como esa situación todavía parece difícil, es natural la desconfianza que genera el último comunicado etarra y nadie lo tome en serio. La serpiente está agonizando, pero sus mordeduras todavía pueden ser trágicas. Es verdad que en los últimos tiempos el terrorismo ha bajado puestos en los temores de los españoles -por cierto, detrás de la clase política-, pero esto no quiere decir que sigan existiendo gentes que apoyan el disparate. Así que esperemos que no se caiga en una nueva trampa, a la que tan habituados nos tienen los etarras y sus secuaces, y sólo se admita el final del esperpento criminal que ha mantenido el reguero de sangre a que tan proclive ha sido nuestra historia. Lo que parece demasiado es que la banda ponga bases de diálogo y exija, como si fuese alguien legítimo, condiciones para el futuro del País Vasco. Antes, tiene que enterrar la serpiente de su anagrama y de sus mentes, quitarse las capuchas, entregar sus armas, superar su historia de crímenes y extorsiones y sus brazos políticos integrarse en el mapa democrático legalmente, donde, como sabemos, se puede defender cualquier cosa pacíficamente, por disparatada e inaceptable que sea para la mayoría.

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