Mar adentro

Milena Rodríguez / Gutiérrez

De sexismos lingüísticos

UNA profesora universitaria impartía hace unos días en un Instituto granadino un taller sobre cómo corregir el llamado sexismo en el lenguaje. Uno de los ejercicios consistía en reescribir oraciones con el propósito de que "las formas gramaticales masculinas no ocultaran a las mujeres". Entre estas oraciones se leían, por ejemplo, las siguientes: "En general, los jóvenes se muestran poco solidarios"; "los malagueños dijeron sí a la Constitución Europea"; "todos los asistentes recibirán un regalo"; "la esperanza de vida de los ancianos es cada vez mayor". La profesora enseñaba que lo correcto era emplear desdoblamientos, perífrasis, sustantivos sin marcas de género; así, en estos casos: la juventud; el pueblo malagueño; los que asistan; los ancianos y las ancianas.

Parece que la profesora tuvo poco éxito. Al menos, a unos cuantos alumnos (¿hará falta aclarar que de ambos sexos?) les quedó la impresión de haber asistido a una especie de invención fantasiosa; a un acto extraño en el que alguien se dedica a perseguir fantasmas alrededor de un salón que todo el mundo sabe que está vacío.

"El lenguaje es la casa del Ser", escribía el filósofo Martin Heidegger, frase que podemos interpretar de diversas maneras. Pero en la que hay, sin duda, una intención de aludir a lo común del ser humano que se expresa a través del lenguaje.

Intervenir el lenguaje, como si fuera la realidad, es peligroso, e improductivo. Considerar sexistas los sustantivos genéricos es, además, falso. Que todo el mundo quiera sentirse representado en la casa del Ser no significa que nos dediquemos a construir pequeñas casitas alrededor de la Casa mayor. Porque en el proceso podemos acabar con esta Casa. ¿Quién asegura que ahora que se dice "los ciudadanos y las ciudadanas" está todo el mundo verdaderamente visible en el lenguaje? La identidad, como se sabe, es una construcción. Y al igual que algunas mujeres han hecho de su sexo o de su género la más importante (a veces, lamentablemente, la única), otros grupos podrían elevar otra identidad a la misma categoría, y exigir igual trato para no ser "ocultados por el lenguaje".

Así, podríamos terminar obligados a pronunciar un enunciado imposible parecido al siguiente (y conste que no lo llevo hasta sus máximas posibilidades): "Los ciudadanos hombres, las ciudadanas mujeres, los ciudadanos homosexuales, los ciudadanos gitanos, los ciudadanos inmigrantes y los ciudadanos negros acudirán esta semana a las urnas". Además de acabar extenuados, habríamos conseguido destruir la Casa común. Y no sólo simbólicamente.

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