El simulacro

Esta forma de fingir el castigo, ese simulacro de abominación, revela la naturaleza religiosa del nacionalismo

En Vic han instalado una prisión portátil, tipo Far West, para que los independentistas puedan sufrir en carne propia el desamparo y la opresión de los Jordis. Con lo cual, si usted lo solicita, puede pasar dos horas en una cárcel de mentira, solidarizándose con los cuitados, para escarnio y humillación de España. La iniciativa, como es fácil suponer, ha partido de Òmnium Cutural y la ANC, y su intención no es otra que vindicar a sus dirigentes como presos políticos. También el señor Puigdemont anda por Bélgica fingiéndose un exiliado político, sin que sepamos, hasta ahora, en condición de qué vaga por aquellas tierras. Lo que une ambas iniciativas, por tanto, es esta vocación de politizar un mero hecho punible. Pero lo que los une más radicalmente -tanto que sin ello no podríamos explicar el espíritu sutil y descontentadizo del nacionalismo-, lo que los vincula, digo, es su inocultable condición de simulacro.

Simulacro, no sólo por esta prisión para domingueros que han instalado en Vic, y que sin duda tendrá un éxito memorable. La impostura previa es aquella que llama prisión política a las desventuras procesales de dos alborotadores. Que unos señores empeñados en arruinar la democracia española pretendan incluirse -como Puigdemont y los Jordis-, entre los españoles que sí padecieron la prisión y el exilio por sus ideas políticas, es tan grotesco como intolerable. Aun así, es coherente con la naturaleza simulada de su ensoñación y de sus logros. En buena medida, el nacionalismo consiste en sustituir una realidad adversa por una virtualidad benévola y complaciente donde ellos son los buenos (recuérdese a los señores Junqueras y Guardiola), y donde los contratiempos adquieren la calidad, el mérito, la importancia, el fabuloso prestigio de una conjura. La propia alcaldesa de Barcelona ha dicho, hace unas horas, que el 155 y las cargas policiales no han sido favorables para la concesión de la Agencia del Medicamento, obviando que la UE quizá no vea muy conveniente premiar a quienes pretenden destruirla.

En última instancia, esta forma de fingir el castigo, la persecución, el oprobio, ese simulacro perpetuo de abominación, revela la naturaleza religiosa del nacionalismo. Se trata de la persecución y la injusticia obradas sobre el Pueblo Elegido. Pero se trata, en mayor modo, de un simulacro provinciano del Apocalipsis. Una vez extinguida la ira celeste, sólo los puros de corazón revivirán en carne nacionalista.

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