Manías

Erika Martínez

erikamartinez79@gmail.com

Contra el talento

La implicación con la que podemos llegar a dedicarnos a algo es más fructífera que nuestras capacidades

No creo en el talento. O mejor dicho, no creo que el talento justifique la práctica brillante del arte, el deporte, la ciencia o cualquier otra actividad humana. Si talento es la aptitud innata para desempeñarnos en algo, mi opinión es que la inmensa mayoría de las personas nace con la capacidad de alcanzar metas físicas e intelectuales extraordinariamente exigentes. En Madrid, conocí a una chica diagnosticada como superdotada que manejaba una cantidad inverosímil de idiomas e instrumentos, era responsable de patentes científicas, experta en neurolingüística y una rival feroz en campeonatos de ajedrez. Tenía tres hermanos y todos eran así. Me aseguró, con una irresistible capacidad de convicción, que cualquiera podía hacer lo que ellos. Basta, me dijo, con que te entrenen desde niño.

Todos sabemos que la infancia es muy permeable a lo que se espera de ella. Sin embargo, son muchos los padres que deciden, quizás demasiado pronto, de qué manera son sus hijos. A menudo, proyectando expectativas o miedos a los que algunos niños responden de forma dócil y otros de forma rebelde, pero que sin duda los condiciona. Decirle a tu hijo que es malo o retorcido es la mejor garantía de que terminará siéndolo. Reconocerle una virtud es, sin embargo, el camino más corto para lograr que se prodigue en ella. Yo he visto resultados inverosímiles en talleres literarios con personas que, tres meses antes, se consideraban taradas para la palabra. Hasta aquí el abecé de la educación, no por conocido más puesto en práctica.

Recibir una buena educación en el mejor de los entornos o la fe que pusieron padres y profesores en nosotros ayuda muchísimo. Lo es, de hecho, casi todo. Sin embargo, lo que determina en mi opinión la excelencia no son las virtudes que desarrollamos, sino tal vez los límites de los que partimos, la forma en que los compensamos y la obsesión con que lo hacemos. A esto lo llamo yo vocación. El tiempo, la energía y la implicación con la que podemos llegar a dedicarnos a algo para cubrir lo que sentimos como un hueco son mucho más fructíferos que todas nuestras capacidades. Se escriben novelas, se corren maratones, se opera a corazón abierto o se cocina el más primoroso de los pucheros con lo que se tiene. Pero también con lo que no se tiene.

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