Un mundo feliz

Federico Vaz

La tristeza de ser preembrión

QUÉ triste es ser electrón, vivir en una nube, el electrón se aburre por definición". Cambie usted por un preembrión, también desamparado con sus ocho celulitas flotando en el éter uterino, al elemento de energía negativa del átomo al que Junior Morales, viudo de Rocío Dúrcal, escribió aquella inolvidable canción que interpretaron sus hijos Antonio y Carmen. Igual siente tanta compasión por la criaturita pluricelular que decide unirse usted a Carmen Areoso en el coro de Radio María o se hace muñidor de la revista Alba. Recuerde entonces otros versos de aquella canción: "El Hombre destrozó todo el encanto con la inversa del cuadrado que se le ocurrió a un señor" -Antonio y Carmen se referían a Einstein, claro, pero eso a usted le da igual-; montará en cólera contra los científicos que manipulan al pobre preembrión y lo convierten en célula madre sin pedirle permiso, para luego hacer sabe Dios qué perversos experimentos con ella. Pobre preembrión, simples sobras de una fecundación in vitro, congelado y descongelado sin miramientos. Menos mal que siempre hay una aburrida por definición dispuesta a que prevalezca la Ley Divina y a salvar al indefenso preembrión.

El preembrión ya no está triste y solo; siempre habrá jueces dispuestos a gastarse el dinero del contribuyente abriendo casos que cuestan horas de trabajo, aún sabiendo de sobra que los pérfidos científicos están amparados por un sinfín de leyes y normas -diecisiete según el fiscal- que algún gobierno impío habrá dictado; siempre habrá alguien dispuesto a utilizar a alguien como ariete. Siempre habrá Red Madre, Asociación Integridad, Rosa Blanca, Foro de la Familia, Profesionales de la Ética y otros muchos que al mirar a un preembrión ya ven en él unos ojitos tristes y le oyen hacer pucheros; les da tanta penita que objetarán y renunciarán a que sus hijos, padres o esposos sean tratados de parkinson, alzeimer o cáncer si los métodos de curación se han logrado mediante el martirio de los preembriones -a los que algún día habrá que beatificar en San Pedro, dicho sea de paso- tal como en otras sectas se prefiere ver morir a un hijo antes que autorizar una transfusión sanguínea que les salve. Antes de curar a alguien con tratamientos obtenidos de la investigación con células madre, habrá que solicitar un certificado de apostasía no sea que una vez sano denuncie por abortista a su médico de cabecera.

"Estaba en todas partes y no estaba en ningún sitio por aquello de la indeterminación". Pero llegó un día en que el electrón, o el preembrión, que para el caso es lo mismo, encontró un ejército de soldados de la fe y una maestra jubilada dispuestos a desenfundar la denuncia si alguien tocaba un solo pelo de alguna de sus celulitas. Nunca más sintió la tristeza de ser preembrión.

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