Manías

erika Martínez

Las vecindades imposibles

HAY libros que nos inventan un lugar para las vecindades imposibles, permitiendo la coexistencia de personas, palabras y cosas que nunca antes imaginamos reunidas. Es el caso de Vuelo doméstico (El Gaviero, 2014), de la escritora jienense Carmen Camacho, que sienta a convivir con dinámicas imprevistas a seres animados e inanimados, a lo abstracto y lo concreto, a realidades antes alejadas que en sus páginas participan de un mismo tejido sensible, unidas -como diría Jean-Luc Godard- por la "fraternidad de la metáfora". Esa fraternidad las dota de cierta cualidad aérea: materializa en las palabras la abolición del peso.

Ya desde su título, Vuelo doméstico concibe el mundo como un oxímoron donde se hermanan lo elevado y lo hogareño. Sus textos son viajes de corta distancia y altura lírica. Y aunque alguien podría pensar, dando un salto etimológico, en la proximidad de lo domesticado y lo doméstico, no hay nada menos manso que los personajes y la voz de este libro. Iba a decir libro de cuentos, pero los textos que contiene se resisten, como toda criatura rebelde, a ser clasificados. Hay entre ellos piezas con personajes y acción narrativa, contemplaciones líricas, y aforismos o poemas de un solo verso, ese género que Camacho bautizó como Minimás (Baile del Sol, 2008). Sus páginas se parecen a una oficina de objetos perdidos, donde la realidad se presenta en forma de pedazos descontextualizados que nos invitan a reconstruir la historia de los que ya no son más sus dueños. Unos labios olvidados entre las sábanas, el dedo de un loco sabio que señala la dirección del viento, una soga familiar colgando de un árbol o una plaga de erratas habitan Vuelo doméstico como las estanterías de esa oficina imaginaria.

No sé, decía, lo que son estos textos. Y lo peor de todo: pienso que es bueno no saberlo. Quizás la indeterminación es la forma particular que tiene la literatura de esquivar su propio cadáver. Adorno creía que el arte había sufrido, desde principios del siglo XX, una "desartización" por su transformación en mercancía. Libros como Vuelo doméstico demuestran que las mercancías también pueden descapitalizarse, mediante un fascinante trabajo de apropiación artística. Porque la buena literatura hace al mundo un poco de todos, más nuestro.

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