Un día en la vida

manuel Barea /

El verano

IBIZA, la isla con todos esos apelativos colgándole como flecos y bailándole como abalorios en una de sus noches sin fin: que si hippy, que si chic, que si cool (supongo que hasta hace poco el ya también anticuado hipster y en su ansia por estar a la última o ir por delante ahora yuccie); Ibiza, postal de unas vacaciones para el recuerdo y acreedora de una página noble en un catálogo de paraísos terrenales; Ibiza, tan versátil: útil para el desfase dionisíaco y para el sosiego otoñal… Ibiza… Ibiza esconde un montón de mugre incrustada en el marketing de su promoción turística y bajo la cal luminosa de las fachadas de sus casas y en los pliegues de las faldas de esos vestidos vaporosos de blanco nuclear que popularizó la moda adlib. Ahora bien, donde aquí pone Ibiza seguro que puede usted tachar ese nombre y poner otro. Yo escribo Ibiza porque lo que viene a continuación está ocurriendo allí, pero me juego la paga a que casi todo eso puede aplicarse a muchos lugares más, ese destino que se impone aprovechando el cada vez más extendido despiste estival que entontece y obnubila con su propaganda de sol brillante, mar azul y arena fina.

En esa Ibiza tan guay gracias a la mano de obra que hay detrás de la dinamo económica de este país, el turismo, coexiste todo un submundo enmierdado por especuladores y avariciosos que ofrecen alojamiento a precio de jeque a los trabajadores que acuden a ganar estos meses el dinero con el que tirar el resto del año. No se trata ya de cuchitriles en los que hacinarse, nada de una habitación con quince más y sin derecho a baño. Estos currantes pueden disponer para su descanso tras la jornada laboral de cómodos sofás-cama, colchones, balcones y hasta bañeras a precios de risa... helada. De manera que lo que ganan como camareros, limpiadoras, cocineros, botones o en el empleo que les haya llevado hasta allí se lo pulen entregándolo al casero, que se unta de billetes. Las cifras son tan desorbitadas que ha habido quien se ha dado media vuelta a la península rechazando un "buen trabajo" ante la imposibilidad de alquilar nada y muchos de los que se quedan, antes que dejarse estafar, optan por dormir al raso, dentro de coches y hasta en edificios abandonados, como okupas sin serlo.

Nos hemos tirado años hablando de la burbuja inmobiliaria y su estallido. Ojalá no haya que hacerlo en el futuro de la turística. Dicen que el turismo es el motor de la economía española. Da miedo pensar que algunos parecen dispuestos a amasar fortuna -a costa de los de siempre- forzándolo hasta que gripe.

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