Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

A viva Rambla

Ya no hay líneas Maginot, las ciudades se han convertido en escenarios bélicos y sus calles, como la Rambla, en trincheras

Hay calles que fueron nuestras, de las que nos enamoramos ciegamente y que permanecen obstinadamente fieles en el recuerdo. Calles remotas en el espacio o en el tiempo, calles en las que nos citamos a diario y que hemos andado y desandado durante años, calles que hemos estudiado con precisión de entomólogo, calles que hemos observado de cerca, con absoluta quietud, hasta en sus más nimios detalles, como se observa el rostro de una amante: el color cambiante de sus ojos con la llegada del amanecer, la marca infantil de una payuela, la depresión que sólo descubre una sonrisa, la cicatriz casi imperceptible o el diente imperfecto que le humaniza el rostro. Calles como Oxford Street, Cavallers, la Carrera del Darro, La Rampa o Las Explanadas. Y calles como La Rambla de Barcelona, donde garbeé con Anna Mas o Ellen Casanellas, donde libré batallas ineludibles contra señores armados con casco y vestidos de gris, donde celebré conquistas (muy pocas) del Barça, donde vi pasear la historia retrepado en una silla del Café de la Ópera y donde repartí periódicos a suscripción durante un verano en el que la única comida del día consistía en un potaje de lentejas o de habichuelas a las seis de la madrugada en un garito rodeado de travestis.

La Rambla de las flores, la calle más abierta al mundo de la España de finales de los 70 y primeros 80, ese kilómetro universal y libertario, esa flecha viviente lanzada desde Plaza de Cataluña al corazón del mar y salpicada de curiosos, trileros, prostitutas, músicos, marines, estudiantes, turistas, insomnes y estatuas humanas ha sido regada con sangre inocente. Oigo ahora voces sobre si la notificación del atentado hubo que darla en catalán o en castellano, sobre la necesidad de desterrar el miedo y permanecer unidos o sobre la urgencia de poner en marcha la solución final: la expulsión por las bravas de una o dos generaciones de musulmanes europeos. Palabras que suenan a hueco mientras leo otras más sabias y antiguas de Esquilo: "La aflicción vuela sin cesar, y ora se posa en uno, ora en otro". Y pienso en lo inimaginable. Ya no hay líneas Maginot, las ciudades se han convertido en escenarios bélicos y sus calles renombradas, como la Rambla, en trincheras. Esa guerra donde todo vale (menos la vida) tiene como antecedente el día de primeros del siglo XX en que Francia e Inglaterra deciden repartirse los territorios musulmanes del antiguo Imperio Otomano. Y la creación apresurada, décadas después, del Estado de Israel. Y la caída de las Torres Gemelas que inauguró el siglo XXI. Y la invasión y despedazamiento de la población y del territorio de Irak que provocaron las ansias de lucro convertidas en armas de destrucción masiva. ¡Y el odio, el mal puro, claro!

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