Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

La voz prodigiosa

Palmas, chasquidos, tarareos, mostraron que el rock, y su inmanente primitivismo, ya es un clásico

Discutí la medalla al trabajo concedida a Miguel Ríos allá por los 90 y me equivoqué, porque ha disfrutado lo suyo trabajando y ha hecho feliz a mucha gente con sus discos y sus conciertos. Y opté por callar tras la concesión del Honoris Causa por la Universidad de Granada. Aquel día, cuando le pusieron el birrete con flecos al rock and roll, se produjo una minúscula polémica al oponerse la razón académica frente a la del club de fans, que ganó por la tremenda. Al verlo, pensé de inmediato, con Gómez de la Serna, que "todas las pompas son fúnebres". Y recordé al centón de investigadores brillantísimos y con una larguísima trayectoria de servicio a la sociedad que no han conseguido el doctorado pese a merecerlo sobradamente. Pero me pregunté cómo podía decir aquello sin ser injusto, sin aguar el vino de la fiesta. ¿Por qué iba a hacerle un feo a un chaval de 73 años que me alegró los días, que me hizo bailar las noches de la remota juventud y que contribuyó a mejorar el país, a hacerlo mucho más libre?

El viernes por la noche recibió por fin el reconocimiento que se merece, el artístico. Se convirtió en el primer roquero que ha actuado en el Carlos V. La música rindió homenaje a la música. Miguel, que ha envejecido muy bien, rejuveneció el Palacio: dio un concierto tan redondo como el del patio del soberbio edificio renacentista. Acompañado de dos guitarras, una batería y la Orquesta Ciudad de Granada dirigida por Josep Pons, el hombre que la hizo grande, llenó el espacio de ríos de voz, de ríos de rock. Mostró que la música no admite fronteras y puso en el lugar que le corresponde al estilo más popular de la segunda mitad del siglo XX.

Con un terno y una corbata oscura, la gestualidad acostumbrada y esa prodigiosa garganta, propia del mejor crooner, dotada de potencia, colores y matices, convirtió al público en protagonista. Palmas, chasquidos, tarareos, mostraron que el rock, y su inmanente primitivismo, ya es un clásico. Si a eso se le suma que, frente a la actitud confusa de otros ídolos, Miguel ha permanecido fiel a su compromiso, a su ideología libre, igualitaria y progresista, no queda otra que rendirse a sus pies. Así que besos, abrazos y aplausos. Vale tanto como la música, la más inexplicable de las artes. E infinitamente más que la medalla y que el birrete. ¡Grande, grande, grande!

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