Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

El 'zasca'

Lo peor no son las redes sociales, sino quienes esperan el 'zasca' cada vez que Rajoy y Puigdemont abren la boca

Ala pregunta ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esto? no le corresponde, me temo, una sola respuesta. Seguramente, tiene mucho que ver la confluencia del peor Gobierno de la democracia con el insólito éxito de los incondicionales del líder, esa especie que creíamos en extinción y que, sin embargo, parece haber regresado con fuerza dispuesta a inmolarse con tal de eliminar cualquier fisura en su discurso. Pero pecaríamos de ilusos si pasáramos por alto las peculiaridades del magma social del que emana el poder político, muy especialmente a la hora de relacionarse. La semana pasada me dio por responder a un tuit de Pablo Iglesias y durante tres días estuvieron cayéndome improperios de fieros militantes que me ponían de fascista para arriba por haber dicho cosas que yo no había dicho; pero no importaba tanto el contenido de mi mensaje como la oportunidad de acorralar al incauto de turno y apretarle las tuercas. El problema, sin embargo, no son las redes sociales, sino el modo en que las mismas han contaminado todos los cauces posibles de relación social imponiendo sus procedimientos. Quienes piden diálogo deben tener en cuenta que el diálogo, a estas alturas, significa otra cosa muy distinta: la humillación del contrario. Sin zasca no hay paraíso. A partir de aquí, dialoguemos.

Ya olía bastante mal la tendencia que convirtió el debate político en carnaza del prime time desde la misma estrategia: su formulación en una diatriba tuitera televisada en la que no importaban tanto los argumentos, ni mucho menos las conclusiones, como quién dejara más en ridículo a quién. Ahora que el ejercicio de la política se muestra incapaz de resolver problemas, tanto desde las viejas como desde las nuevas formaciones, la respuesta social que debería exigir la solución prefiere reafirmarse en sus respectivos bandos a base de movilizaciones virtuales que, más que belicistas, resultan propias de la mafia pandillera y macarra (la depauperación de términos como el citado fascista así lo demuestra). Esta organización ha dispuesto de una herramienta para encarnarse en las redes sociales y no ha dudado en explotarla; pero, insisto, lo peor no es Twitter, sino quienes esperan el mayor zasca del siglo cada vez que Rajoy y Puigdemont abren la boca. No cabe mayor aspiración.

Semejante empobrecimiento de fondo y forma en una sociedad como la española, dispuesta a llevar fenómenos como Gran Hermano mucho más allá de lo soportable, tienen los efectos conocidos. No es radicalismo. Se llama estupidez.

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