Tribuna

Luis Chacón

Experto financiero

Chaves Nogales, un referente

Sus reportajes sobre el desafío secesionista catalán liderado por Maciá son de tal actualidad que parece que nada ha cambiado en estos ochenta años

Chaves Nogales, un referente Chaves Nogales, un referente

Chaves Nogales, un referente / rosell

Es difícil no volver la vista hacia los años treinta cuando, como entonces, tras una crisis brutal -aquella mucho más dura por la ausencia del Estado de bienestar- vemos cómo los radicalismos protagonizan la política europea, a la vez que el aislacionismo se convierte en pauta del gobierno estadounidense. La Europa de entreguerras es un preocupante precedente que deberíamos interiorizar para no caer en los mismos errores y evitar las terribles consecuencias de aquellos años de inestabilidad política y enfrentamiento social.

Como entonces, el comunismo -oculto bajo distintas etiquetas progresistas- se presenta ante algunas capas sociales especialmente desprotegidas, como el clavo ardiendo al que agarrarse, en tanto que parte de la clase media desempleada, la gran perdedora de la crisis económica, gira hacia posiciones más que conservadoras, reaccionaras, cuando no claramente fascistas. Los argumentos de unos y otros se repiten hoy como un eco de aquellos años plomizos. La banca y el gran capital son culpables de todos los males para una izquierda ayuna de ideas y ansiosa de una revolución innecesaria; y las minorías o el propio estado, son el chivo expiatorio de una derecha miedosa y atenazada por sus complejos, que se echa en brazos de un nacionalismo cuasi fascista, tan entregado a los eslóganes facilones como su némesis comunista. La Europa unida, nacida de los escombros de la II Guerra Mundial, que se creía vacunada contra los extremismos, se ha encontrado de pronto con que la extrema derecha gana importantes cuotas de poder en diversos parlamentos y hasta participa en el gobierno de algunos de sus miembros.

Si Joseph Roth y Stefan Zweig nos permiten inferir cómo, entre la tormenta delirante del nazismo, se alzaron voces con criterio propio que avisaban del desastre hacia el que se encaminaba Europa, Manuel Chaves Nogales supone un soplo de aire fresco y de honestidad periodística entre tanto escritor militante como hubo en aquella España, inestable y enfrentada. Ya era una reconocida figura del periodismo patrio -había ganado el Mariano de Cavia- cuando asume la dirección del Ahora, un diario centrista y cercano a Azaña como el propio Chaves Nogales.

Sus reportajes sobre el desafío secesionista catalán liderado por Maciá son de tal actualidad que parece que nada ha cambiado en estos ochenta años. Para él, Cataluña tiene la virtud de convertir a sus revolucionarios en puros símbolos ya que no puede hacer de ellos estadistas. Clarividente.

Cuando publica sus crónicas sobre la Rusia soviética -Lo que ha quedado del imperio de los zares- y su deliciosa novela El maestro Juan Martínez, que estaba allí se hace acreedor del odio de una izquierda que se niega a creer que la revolución era tan liberticida como el autoritarismo zarista y que la intelectualidad, embobada ante el bolchevismo, sólo era un puñado de tontos útiles como luego supimos que los describía Lenin. La derecha, radicalizada en torno a una Falange que el 18 de julio era un partido extraparlamentario, no le perdonó jamás su defensa de la legalidad republicana desde la cabecera que con tan buen tino dirigía. Poco después de fracasado el golpe y con el país partido en dos, el fino analista republicano y liberal que es Chaves Nogales se da cuenta de que la guerra pueden ganarla unos u otros pero que quien va a perderla con toda seguridad es España. Como afirma en A sangre y fuego -esa obra maestra que todos los españoles deberíamos leer para dejar de justificar a ninguno de los bandos de aquella contienda- la crueldad y la estupidez se enseñoreaba entonces de toda España. Cada uno de los relatos que la componen reafirman su idea de que habían sido la peste del comunismo y del fascismo quienes estaban asolando un país en el que prevalecía el miedo de los sectarios a los ciudadanos libres e independientes.

Tras la huida del gobierno republicano a Valencia, Chaves Nogales entendió que no podía hacer nada más por una España empeñada en suicidarse. Se exilió a París desde donde retrató, con pulso firme y mano maestra, la humillación de todo un país en La agonía de Francia. Aquel verano de 1940, Francia cayó sin combatir entre la desidia de sus líderes y la estupefacción de una Inglaterra que, liderada por Churchill, demostró ser el último baluarte de las democracias occidentales ante la barbarie nazi. Chaves Nogales, que había entrevistado a Goebbles y le había calificado como ridículo e impresentable, sabía que estaba en la lista de la Gestapo y huyó a Londres, donde fallecería en 1944. Su legado es mucho más que la obra maestra de un periodista excepcional. Es un toque de atención, un grito desgarrador ante el delirio de una sociedad opulenta que se dirige hacia el abismo con la pastueña indiferencia de un rebaño de ovejas.

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