Tribuna

Alfonso Lazo

Historiador

Derecho de patagones

Derecho de patagones Derecho de patagones

Derecho de patagones

A falta de tablas de la ley, dictada por algún dios, los derechos humanos pasan a ser un invento dudoso. Contaban los navegantes del siglo XIX que hacían la ruta del Cabo de Hornos cómo los indígenas patagones de aquellas proximidades ahumaban a los ancianos. Cuando el abuelo llegaba a viejo, era conducido con alegre estrépito ante una hoguera donde se le asfixiaba con el humo. Una fiesta. Si el anciano, viendo lo que se le venía encima, escapaba de la aldea hacia las montañas el festejo se volvía aún más divertido: el pueblo entero entre risas y tambores participaba en la persecución. Derecho inalienable de los patagones.

Cierto día, los brahmanes se presentaron ante el virrey inglés de la India: "Nuestras tradiciones exigen -dijeron- que la viuda sea quemada en la pira del marido, y tú llegas y lo prohíbes; venimos a protestar". Derecho de los hindúes. Pero el virrey contestó: "Y es tradición del pueblo inglés fusilar de inmediato a quienes queman a las mujeres". Derecho de la Gran Bretaña. Hoy, el Gobierno de China, cuando potencias occidentales le ruegan tímidamente que respete los derechos del hombre, siempre contesta lo mismo: "Nosotros respetamos el derecho de los chinos". Y así por todo el mundo a lo largo de los siglos. El Papa puede reclamar que se respeten los derechos humanos porque cree en un Dios preceptor y, en consecuencia, en una moral universal. Mas, ¿por qué un patagón, un hindú o un esquimal deben hacerle caso a Voltaire o al virrey de la India? ¿Quién les ha dado esa autoridad? Salvo, claro, que invoquemos la fuerza como fuente del Derecho y de la democracia.

De ningún modo sostengo que a falta de las tablas del Sinaí no quepa la existencia de una ética y unos derechos universales; pues queda la compasión, que podrá ser aceptada o rechazada, pero que está ahí, en el cerebro de todos los humanos: un sentimiento que el creyente verá como la huella dactilar de Dios, y el agnóstico como el resultado de la azarosa evolución para la conservación de la especie. En cualquier caso, quien hace suya la compasión distingue entre lo bueno y lo malo y funda con ello los derechos del hombre y una ética mundial.

Mil veces he repetido que seguir distinguiendo en el mundo occidental desarrollado entre izquierdas y derechas es un arcaísmo vacío; aunque si nos gusta el sonido de esas dos palabras, y queremos darle contenido y seguimos pensando que izquierda es sinónimo de "lo bueno" y derecha lo es de "lo malo", acepto que la izquierda se identifique con la compasión. Ojo, no digo que los partidos de izquierdas sean compasivos y los de derechas tengan corazón de piedra (ningún partido siente compasión por nada); digo que al hombre compasivo, milite donde milite, yo lo calificaré como de izquierdas; mientras que el acaudalado progre, que dice amar a la humanidad y no siente compasión por el vecino, es a mis ojos un genuino hombre de derechas. Sentimiento de compasión, en suma, que descalifica el momificado lenguaje político actual, confronta con el reino de la mentira en que se ha convertido la política, hace comprensible los conceptos de derechos humanos, democracia, justicia y libertad y puede fundar un nuevo discurso que vuelva del revés la manera de concebir la dirección de la polis. Sospecho, incluso, que el primer partido capaz de percibirlo será el gran partido del futuro. Quizás, más un movimiento que propiamente un partido. Si el siglo XIX vivió los partidos de "notables", y el siglo XX fue el de los partidos de masas demagógicos y mediáticos, el XXI tal vez sea el tiempo de virtuosos y compasivos optimates.

Se ha visto el debate por la Secretaría General en las primarias del PSOE; no sólo el debate televisivo a tres, sino el que han venido manteniendo desde hace meses Pedro Sánchez y Susana Díaz. Ninguna idea nueva, ni una palabra original, nada sobre los supuestos contenidos de una izquierda fantasmal y una derecha inventada, ningún signo de compasión más allá de los ositos de peluche. Un ridículo pugilato por aparentar quién es la verdadera izquierda. Manuel Valls ya certificó la muerte del socialismo en Francia; aquí, la agonía del socialismo español la certificaron diariamente las palabras cargadas de odio de Sánchez y la vacuidad del palabreo lacriminoso de Susana. En su empecinamiento arqueológico por seguir distinguiendo la derecha de la izquierda, los socialistas siguen negando la evidencia de que los patagones son de derechas y el virrey de la India un señor de izquierdas.

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