Tribuna

José maría pérez P. E. García Ballesteros

Inspectores de Educación

¿Educación o cultura?

Con una memoria flaca y un conocimiento disperso o testimonial, se produce cultura institucional o escolar, pero no Cultura con mayúscula

¿Educación o cultura? ¿Educación o cultura?

¿Educación o cultura? / rosell

En un pasaje del entremés La elección de los alcaldes de Daganzo, Cervantes se refiere al descrédito de la cultura que imperaba en época de Felipe IV, hasta el extremo de que las clases analfabetas se imponían a las letradas, e incluso sobre buena parte del clero de la época: "…no, por cierto ni tal se probará que en mi linaje haya persona tan de poco asiento, que se ponga a aprender esas quimeras que llevan a los hombres al brasero y a las mujeres a la casa llana." De esta forma, el personaje que así hablaba se garantizaba la posibilidad de ascenso en la escala social. Podemos encontrar ciertas concomitancias entre lo que ocurría en el siglo XVII y la actualidad. Por ejemplo, recientemente hemos podido escuchar a jóvenes estudiantes: "Qué gilipollez y qué pérdida de tiempo eso de estudiar Filosofía." Disculpen los términos, en aras de ser fieles a lo que se afirma.

Las palabras no son inocentes y en el debate sobre la educación en España, que se está produciendo en los últimos tiempos, se obvia un aspecto esencial: a qué nos referimos cuando hablamos de educación. Es decir, definir, con carácter previo, transparente y profundo, de qué hablamos. Históricamente, los sistemas escolares nacieron con el objetivo de la Instrucción Pública. Así se llamó el Ministerio correspondiente en la Segunda República y, todavía hoy, hay quien defiende este término como sinónimo de saberes instrumentales básicos, frente a una educación que también aborde aspectos éticos e ideológicos. El dilema subyacente no es baladí, y el término Cultura podría dar alguna luz e incluso aportar alguna solución.

Si entendemos educación, en sentido restringido, vinculándolo con lo que, tradicionalmente, se aprende en las "escuelas", desde nuestro punto de vista, no abordaremos el problema en los términos adecuados. Por otra parte, se habla de cultura como algo colateral a la educación, sin vinculación con la misma. Como pátina que hace brillar a quien la tiene - la cultura como sinónimo de espectáculo promocionado- y que debe exhibirse en ciertos contextos, ya que en otros puede resultar sospechosa. Ello condena a la educación al mero pragmatismo, de acuerdo con las tendencias economicistas o utilitaristas, desponjándola del sentido profundo que debería tener.

El término Cultura ofrece, a nuestro parecer, tres posibles interpretaciones, conducentes todas a tareas educativas que no se están abordando o se encuentran en franca regresión. Cultura como cuerpo de conocimientos sobre la naturaleza, la sociedad y el ser humano en permanente interacción compleja (Edgar Morín), mal traducida por la escuela en asignaturas y libros de textos. Cultura como patrimonio antropológico de una sociedad o país que, ineludiblemente, hay que transmitir a las nuevas generaciones para que, partiendo de él, lo reconstruyan desde los latidos de su tiempo. Por último, Cultura como sistema de comprensión, orientación y acción (José García Calvo); es decir, sistemas conceptuales que nos permitan explicarnos el mundo, orientarnos éticamente en él y actuar en consecuencia. Las tres concepciones expuestas son complementarias e ineludibles para que un centro educativo desarrolle la cultura y sus trabajadores sean profesionales de la misma.

Difícilmente la actual organización escolar, con su currículo, su distribución de tiempos y espacios y la formación del profesorado, permitirá esta inmersión en las tres caras de la cultura. Con una memoria flaca y un conocimiento disperso o testimonial, se produce cultura institucional o escolar, pero no Cultura con mayúscula. Por lo que queremos hacer un llamamiento para que maestros y profesores sitúen la cultura, en el sentido profundo, en el centro de su trabajo, mediante experiencias alternativas o transformadoras. Tarea difícil por los intereses políticos, económicos o de la poderosa industria de la conciencia.

Es la cultura la que debe desarrollarse en la población de un país para que éste progrese. Por lo que el desprecio de la misma, incluso por ciertas élites de la sociedad, es un signo de decadencia, similar a lo que ocurría en los reinos de la España de Cervantes. Exclusivamente, el aumento de las tasas de escolarización, incluso el aumento de los recursos dedicados, no es garantía. Se hace imprescindible un planteamiento educativo que tenga como referencia el desarrollo de la Cultura, en los términos expresados; de lo contrario, parafraseando el título de un libro de Raimundo Cuesta, podemos estar felices y escolarizados, pero incultos.

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