Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

Elogio de la juventud

Elogio de la juventud Elogio de la juventud

Elogio de la juventud

Para quién se escribe hoy en el siglo XXI? No hace mucho, en el metro de Londres, los viajeros sentados iban todos leyendo el periódico, y no hace tanto, en París, también se leían libros de bolsillo en el bus. Hoy, los viajeros urbanos, ya de pie o ya sentados, no levantan la cabeza de los artilugios digitales tecleando sin cesar; nadie parece ahora capaz de leer seguido más de 140 caracteres. ¿Para quién estoy escribiendo, entonces, esta Tribuna? Quiero ser optimista y pienso que aún queda una minoría de jóvenes lectores de libros y de periódicos. Unos pocos, sí, pero por eso mismo destinados a ser la élite del futuro.

En los siglos octavo y noveno -de hecho hasta el año mil a partir del cual la civilización comenzó a levantar cabeza-; en los siglos oscuros cuando magiares, vikingos y sarracenos bárbaros asolaban Europa, una minoría de monjes en sus scriptorium, y unos pocos guerreros que levantaban torres defensivas salvaron lo que todavía quedaba de la civilización grecolatina. Desde Irlanda al Mont Saint-Michel, y de ahí al resto del continente brotaba una nueva élite que permitiría a su hora el Renacimiento. Porque son los tiempos de barbarie y decadencia los que forjan las nuevas aristocracias que han de llegar.

Siempre he pensado y enseñado a mis alumnos que la Historia sigue una línea de progreso espiritual, material y tecnológico; si bien con caídas en profundas simas de las que resulta difícil salir, aunque se sale. Creo que ahora estamos viviendo en Europa una de esas caídas de la civilización, donde la alta tecnología convive con una creciente bruticie, un creciente deterioro de las instituciones educativas y un regreso de las multitudes a la superstición y la seudo ciencia. Requerirá largo tiempo recuperarse, de aquí que sólo los más jóvenes puedan protagonizar esa recuperación. No todos los jóvenes, cierto, pues ellos son las primeras víctimas del retroceso educativo y cultural, únicamente aquellos que exhiben su excelencia en el estudio, en el trabajo y leyendo en el autobús.

A los viejos se nos permite dar severos consejos a la juventud. Aprovecho el privilegio. Los conceptos de élite, aristocracia, meritocracia, excelencia y competencia se han convertido en España en graves blasfemias que atentan contra la moral obligatoria de la igualdad por abajo. Espero de los más insumisos de los jóvenes que sean capaces de romper el tabú. Sentir orgullo de ser los mejores, competir noblemente, esforzarse, agruparse, celebrar las victorias puesto que esos sentimientos y actitudes lejos de ser innobles caracterizan la nobleza de espíritu.

Cabe también esperar de ellos que no entren en política. El reino de la mentira. Ciertamente es bueno preocuparse por la marcha y la salud de la res pública, pero sin perder la libertad afiliándose a un partido. Ir más allá de las odiosas luchas partidistas y la verborrea de los demagogos. Metapolítica. Escapar, por ejemplo, de la trampa que obliga a definirse como de derechas o de izquierdas, pues el hombre libre está por encima de las sectas. Uno es cada uno, con toda su complejidad y sin admitir etiquetas. El aristócrata se niega a meter voluntariamente la cabeza en el cepo, y tiene el orgullo de la libertad. No se nace aristócrata; se conquista el rango reclamando, en lugar de derechos, los primeros puestos en el deber. Frente a la mediocridad y la chapuza los jóvenes brahmanes buscan el perfeccionismo; sin duda un camino doloroso, mas nadie ha dicho que acceder a una minoría de excelencia no requiera un gran esfuerzo.

Frente a las falsas "vanguardias rompedoras", mero disfraz de asuntos crematísticos, esta vanguardia joven está capacitada, por el esfuerzo que supone vivir en minoría, para lanzarse contra el pensamiento débil que niega lo absoluto de la verdad, que afirma que todas las culturas son iguales, que no distingue entre el respeto a las personas (una virtud) y el respeto a las opiniones (a veces nefastas y malignas), que hace del "consenso" una obligación cívica (si uno dice que 2+2 son 4, y otro dice que 2+2 son 5, debemos aceptar que 2+2 sean cuatro y medio; lo comenta el Maestro Huidobro por pluma interpuesta de Jiménez Lozano); una juventud, pues, que rechaza la autocensura del lenguaje políticamente correcto. Y puesto que nadie quiere dar semejante batalla cultural, ya rendidos todos de antemano, la minoría de jóvenes de la que estoy hablando puede jugar el papel histórico de los nuevos scriptorium y torres del tercer milenio.

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