Tribuna

juan carlos rodríguez Ibarra

Ex presidente de la Junta de Extremadura

Gracias Merkel

Debemos ser de los pocos países que se pasa la vida profundizando en la democracia sin que hayamos ahondado ni media pulgada en semejante empeño

Gracias Merkel Gracias Merkel

Gracias Merkel

Según noticias de prensa, Podemos y C's se reunieron el viernes, 10 de marzo, en el Congreso, para negociar una propuesta común que limite los mandatos presidenciales. Al parecer, Rajoy se resiste, con razón. Además, Iglesias y Rivera quieren extender la medida a presidentes autonómicos y alcaldes.

De cuando en cuando, el manual del perfecto demócrata español -vale decir del perfecto copión español- nos ilustra sobre la necesidad de profundizar en la democracia, confundiendo el verbo profundizar con el verbo mejorar o perfeccionar. Debemos ser de los pocos países que se pasa la vida profundizando en la democracia sin que, por el momento, hayamos ahondado ni media pulgada en semejante empeño. Para el lenguaje político al uso de hoy, profundizar la democracia vale lo mismo para un roto que para un descosido.

Para profundizar en la democracia, entiendo que para hacerla más profunda (?), politólogos, tertulianos, partidos y candidatos perdedores decidieron en su día que, aunque el sistema político que consagra la Constitución sea el de la Monarquía parlamentaria representativa, había que elegir a los candidatos a lo que sea, incluyendo a los candidatos a presidente del Gobierno, de las autonomías o de los ayuntamientos, por el sistema de primarias, imitando el sistema francés que tan perversos resultados está ofreciendo. Y además, para más profundidad y profundización, se apuesta por la limitación de mandatos, de tal suerte que el presidente del gobierno de España y el de algunas autonomías no pueden permanecer en su cargo más de dos mandatos, esto es, a lo sumo, más de ocho años.

Hasta la fecha, nadie se ha atrevido a ofrecer una explicación mínimamente convincente que anime a los defensores de tal freno y desautorice a los que seguimos pensando que la limitación de mandatos debería ser obligatoria para los que se presentan y pierden cada vez que repiten en su intento. No hace muchas semanas, alguien del partido de Ciudadanos se vino arriba y aventuró su peregrina idea de que si se está más de ochos años en un cargo, el titular de semejante record corre el peligro de adentrarse por los tenebrosos terrenos de la corrupción.

Para demostrar la debilidad de esa teoría, apareció el sr. Núñez Feijóo, saludado con salvas y aplausos por haber sido elegido, por tercera vez consecutiva, presidente de la Xunta de Galicia, sin que ninguno de los teóricos de la limitación de mandatos osara levantar la voz para avisar a los votantes y público en general de los peligros que se avecinan ante la presencia en el Gobierno gallego de un presunto corrupto, puesto que el reelegido presidente ocupará esa responsabilidad por tres mandatos presidenciales seguidos. Y por si fuera poco, el sr. Núñez Feijóo, fue elogiado por haber obtenido mayoría absoluta (¡El único presidente autonómico con mayoría absoluta! -exclamaban con aire de satisfacción quienes consideraban una hazaña lo que en otros fue considerado un ejemplo de caciquismo). Es decir, para escándalo de los profundizadores de la democracia, estamos ante un presidente, que repite mandato por tres veces y, por si fuera poco, con mayoría absoluta. No tardarán mucho los mandarines de la pureza democrática para calificar a ese político de populista, palabra que, junto con profundización, se ha convertido en el vocablo de moda en las tertulias de contenido político.

Por si esta afrenta a los teóricos de la buena democracia, fuera poco, y sin que nos hubiéramos repuesto de la ofensa de Feijóo, apareció la señora Merkel, Canciller que va a cumplir doce años, esto es, tres constantes y sonantes mandatos, al frente del gobierno alemán -¡qué escándalo!-, y anuncia que se dispone a presentarse para ser elegida, por cuarta vez, jefa del Gobierno alemán, o sea, dieciséis añazos, ciento noventa y dos meses, cinco mil setecientos sesenta días. Quienes fuimos elegidos democráticamente por más de cuatro mandatos, damos fervorosamente las gracias a la Señora Merkel, porque con su gesto nos libra del pesado baldón que nos suponía aparecer ante los profundizadores de la democracia con seis legislaturas ganadas a nuestras espaldas. ¡Gracias señora Merkel!

Si aquí en España más de ocho años se considera el tiempo que un gobernante necesita para comenzar a corromperse, no quiero saber cómo estará ese capítulo en Alemania en relación con la honradez de Angela Merkel. O tal vez, no. A lo mejor, en Alemania, los votantes saben que la corrupción no es un problema que tenga que ver con el tiempo sino con la educación. Pero claro, vaya usted a contarle esa milonga a los profundizadores de la democracia españoles. ¡Sabrán ellos por qué lo dicen y por qué lo dicen!

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