Tribuna

César romero

Escritor

'Legitimiedades'

Gusta oír cómo los viejos políticos llaman a las cosas por su nombre, pero cabe preguntárselo: ¿hablarían tan claro si siguieran en activo?

'Legitimiedades' 'Legitimiedades'

'Legitimiedades' / rosell

No es una errata ni se ha colado uno de esos duendecillos de imprenta de antaño (como aquel que, a propósito de una huelga de mineros, trabucó el titular "La huelga del carbón" en "La huelga del cabrón") sino un leve juego de palabras, que esto de escribir también tiene algo de juego. Un juego muy serio, claro. Lejos de ese dicho que proclama que sólo los niños y los locos dicen la verdad, siempre he pensado que quienes más verdades dicen son los viejos. Los viejos que ya se saben tales, sin aspiraciones en el gran teatro del mundo y cuyas opiniones o pensamientos no se ven mediatizados por sus fines, pues en verdad ya carecen de éstos y sólo esperan su más o menos inmediato fin. A estos viejos hay que prestarles oídos, más que a esos otros que aún manejan los hilos del mundo y cuyas muertes los sorprenden tan activos que sus obituarios suelen ruborizar aun a sus obligados redactores. Ocurre que, a veces, uno se pregunta si esos viejos preclaros ya sabían cuanto ahora sí manifiestan sin cortapisas antes de llegar a sus provectas edades, y no lo decían por cálculos sociales, o en verdad lo saben sólo tras llegar al último recodo del camino y ver las cosas desde los márgenes del poder.

En los últimos tiempos podemos escuchar de viejos dirigentes políticos opiniones muy cabales sobre lo que está sucediendo en nuestro país, los problemas territoriales y políticos de España, sus causas, a veces remotas, sus posibles soluciones. De vez en cuando leemos muy ponderados artículos de políticos ya retirados, jubilados. Gusta oír cómo llaman a las cosas por su nombre, pero cabe preguntárselo: ¿hablarían tan claro si siguieran en activo? Alguno hay que defiende a capa y espada la Constitución y no duda en señalar a quienes pretenden conculcarla, y que hasta hace tres días, como quien dice, fue presidente de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados. Y de nuevo vuelven las preguntas: ¿los ataques y la conculcación han empezado justo después de que dejara este cargo?, ¿no hubo antes ningún acto lesivo de nuestra Carta Magna? Ese viejo político ya retirado fue vicepresidente del Gobierno durante ocho años, en un periodo en el que se aprobaron buena parte de las leyes orgánicas y ordinarias que sostienen nuestro actual Estado de Derecho, unas con más acierto y otras con menos pero todas con el legítimo (y omnímodo, no se olvide) poder que otorgó el pueblo español en tres sucesivas mayorías absolutas a su partido. ¿Ninguno de los males actuales puede provenir de decisiones desacertadas de los gobiernos en los que participó? ¿Ninguno de los graves asuntos que preocupan hoy en la vida pública española pueden traer su causa de algún error de entonces? Otro político ya retirado, algo menos viejo que el anterior, que ostentó durante ocho años la Presidencia del Gobierno, nada menos, señala en otro foro los peligros de la reforma constitucional en ciernes, poniendo el foco, con acertada metáfora, en el hipotético pago a plazos de lo que ahora no se ha querido pagar al contado. Puede pensarse que muy probablemente lleve razón, pero otra vez surge la pregunta: ¿cuando él se ocupaba de la cosa pública no pasó tres cuartos de lo mismo y claudicó ante lo que ahora vaticina y critica?, ¿sólo se reconocen los males si son ajenos y cuando son propios se transforman en virtudes o concitan el beneplácito en aras del posibilismo de la acción política?

Una de las prerrogativas de la vejez es no andarse con cálculos vitales para expresarse, sino proclamar la verdad (lo es de todas las edades, cierto, pero en otras suele salir algo más caro decirlas). Otra prerrogativa, quizá más importante, es la de hacer balance vital, rendir cuentas. Ante uno mismo más que ante los demás. Al menos por una vez gustaría oír a alguno de esos viejos políticos que ahora señalan con tanta convicción como probable acierto los males de la nación, que no han vivido en un retiro ni en el limbo sino que han ostentado mucho, pero mucho, poder, entonar un mea culpa, decir con la misma claridad que ahora los guía que quizá se equivocaron con cierta política, o tal vez aquella decisión en la que participaron o promovieron fue un grave error, que lo mismo ellos tienen algo de culpa en algunos de nuestros actuales problemas. Mientras así no sea, uno desconfiará de la legitimidad que parecen conferirles sus viejas edades y sus experiencias aquilatadas y tenderá a pensar que si ahora hablan sin ambages, y quizá con tino, del reino de este mundo es porque bien puedan creerse pertenecientes ya a otro.

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