Tribuna

Abel veiga

Profesor de Derecho en la Universidad de Comillas

Osadía, ilegitimidad y barro

El nacionalismo nunca se sacia. En España se buscan apaños, y estos se acaban revistiendo de más insolidaridad. Lección que no hemos querido aprender jamás

Osadía, ilegitimidad y barro Osadía, ilegitimidad y barro

Osadía, ilegitimidad y barro / rosell

De nada sirve preguntarse cómo se ha llegado a este punto. De nada valen los lamentos, serían tan cínicos como hipócritas. Tampoco endilgar culpas exclusivas. Aquí concurren y confluyen demasiados vectores, culpas y juegos de tahúres más tabernarios que ludópatas de la política barriobajera. Simplemente, no tiene autoridad ni legitimidad moral ni legal alguna quién ha ninguneado, pisoteado la ley, las normas, los reglamentos, las sentencias. Que nadie invoque la ley y la soberanía que ha conculcado para sí con tal de lograr su Arcadia imaginaria y falaz.

Si algo ha primado es la osadía, el descaro, la bravura, la astucia, la trampa y la deslealtad desde un lado. Pero desde el otro, la pasividad, el dejar hacer, el no tener carácter para detener esto cuando había que detenerlo, el endosar el problema cuando era político y no jurídico al Tribunal Constitucional, y el esperar impenitente y pasmosamente a que el otro se desfondara. No ha sido así. Ya no valen parches, sobre todo el que sabe hacer el españolito gobernante, conceder más y más, más autogobierno, más diferenciación, más financiación específica y única pero desigual con los demás, con tal de apaciguar y delegar el problema a otros dentro de 5 o 10 años. Pues el nacionalismo gobernante nunca se sacia. Nunca lo ha hecho. En España se buscan apaños, atajos, y estos se acaban revistiendo de más desencuentro, egoísmo e insolidaridad. Lección que no hemos querido aprender jamás.

El espectáculo del Parlamento catalán, lejos de la solemnidad ha bajado al barro tabernario, a la trifulca barriobajera, al insulto procaz, a la burla del derecho, a la entonación de una nueva y abúlica seguridad jurídica parcial y torticera, la que el nacionalismo gobernante dicta, jalea, aplaude aun sabiendo y siendo consciente de su ilegalidad, ilegitimidad y amoralidad. Todos estos atributos de un Estado de Derecho, simplemente, son y han sido pisoteados. Zarandeados. Bajo risas espasmódicas, griterío desafiante y una única bandera, la de romper la ley, quebrar el Estado de Derecho y auspiciar un atropello escandaloso de derechos y dignidades que una democracia vela y son su motor. Gripado el motor, todo se convierte en un esperpento. El esperpento que el Gobierno catalán ha urdido, querido, y coreografiado en los últimos años. Ni ellos mismos creyeron nunca llegar tan lejos. Y esta lejanía no es el 1 de Octubre, eso es el espejismo, es lo que venga después. Y este después, ahora mismo, pese a la gravedad del gesto de vicepresidentas y el nerviosismo de lideresas de la oposición en Cataluña amagando con mociones de censura imposibles, nadie sabe qué jirones de piel, de desencuentro y más fractura va a dejar por el camino. Por que la fractura social es total. Y aquellos que se lamentan de la orfandad de un aparte de la sociedad catalana se equivocan: Han sido ellos los que han querido estar así, huérfanos propios, autoconsentidos y pasivos, mirando y dejando hacer, callando y esperando. Y esta vez el tren ha pasado y la velocidad es de choque. No vale quedarse en medio a ver qué se gana, como muchos empresarios han optado y jugado, pero también intelectuales y creadores de opinión. Se ha dejado hacer. Se ha puesto la alfombra desde Madrid también. Donde ha faltado pasión y pulsión política. Y de aquellos lodos de pasividad e indiferencia estos órdagos cada vez más reales y desafiantes. Ahora el problema de verdad, el que siempre se ha ninguneado y tratado de corregir en despachos privados, se agrava, se convierte en una explosiva bola de nieve. Una metástasis imparable donde nadie ha querido emplear cirugía, bisturí ni tratamientos de quimio.

El daño está hecho. La fractura convertida en trinchera. Apelar a la firmeza y la aplicación de la ley no es nada si no se es resolutivo, claro, conciso y contundente. Sólo la aplicación de la ley y no su desacato, no su pisoteamiento y ninguneo, otorga legitimidad. Saltársela, ignorarla, escupirla provocará a la larga más daño, más ilegitimidad, más fisuras y mayor inseguridad jurídica.

Nadie sabe qué va a suceder y cómo se va a recomponer todo esto. Ni los independentistas desaparecerán ni España se fracturará y dividirá. Pero lo terrible no es esto, sino buscar un punto que hoy no existe, de encuentro, de respeto, de convivencia. Nunca unos políticos han hecho tanto daño a una sociedad. Y aquí unos han jaleado el desorden y otros lo han consentido por pasividad absoluta. Ahora viene el choque. Lo que siempre se ha querido evitar, pero la vacilación, la cobardía, la asepsia acaban generando en degeneración y medidas más drásticas. La sensatez no ha existido. Solo la osadía, la bravuconada, el desprecio a las leyes y a la sociedad y erigirse por encima del bien y del mal. Y se ha permitido también.

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