Tribuna

José maría agüera lorente

Catedrático de Filosofía

Realidades

El filósofo Xavier Zubiri, fallecido hace ya casi treinta y cinco años, llamó al individuo de nuestra especie "animal de realidades"

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Realidades / rosell

Al ser humano no le basta la realidad, aunque nunca acaba de saber en qué consiste. Continuamente se lo pregunta sin ser consciente de hacerlo; y salvo aquellos que se paran a pensarla me atrevería a asegurar que la mayoría de nuestros congéneres viven guiados por una especie de piloto automático en cuyo programa no cabe ningún algoritmo metafísico. El filósofo Xavier Zubiri, fallecido hace ya casi treinta y cinco años, llamó a los de nuestra especie "animal de realidades". Fíjese el lector: no "realidad" sino "realidades", en plural, porque vivimos en un dualismo esencial, con un pie en lo que es, y otro en lo que no es pero podría ser. De ahí se nutre nuestra creatividad y ensoñaciones utópicas. Los hechos y las cosas en bruto nunca nos han bastado por sí mismas para dar sentido a nuestro mundo, el cual hemos creado a base de acoplarle una dimensión de significado, fruto de nuestro poder para construir una realidad social, tan merecedora de reconocimiento como la natural. Este reconocimiento ya lo plasmó Karl R. Popper en el siglo pasado en su conocida teoría de los tres mundos. Tal como la resume el filósofo de origen austríaco en el libro El yo y su cerebro, la susodicha teoría queda enunciada tal que así: "Primero, está el mundo físico -el universo de las entidades físicas- (...), es a lo que denominaré Mundo 1. En segundo lugar, está el mundo de los estados mentales, incluyendo entre ellos los estados de conciencia, las disposiciones psicológicas y los estados inconscientes; es lo que denominaré Mundo 2. Pero hay también un tercer mundo, el mundo de los contenidos del pensamiento y, ciertamente, de los productos de la mente humana; a esto lo denominaré Mundo 3". Los tres mundos, aunque de naturaleza diversa, son objetivos y están constituidos por entidades que tienen poder causal dentro de cada uno de sus mundos y entre mundos, ya que un hecho físico puede provocar un efecto psíquico, así como una norma -un producto de la mente humana, elemento del Mundo 3- dará lugar a consecuencias observables empíricamente así como a estados mentales. Al Mundo 3 pertenecen los hechos institucionales que existen merced a normas constitutivas que otorgan un determinado estatus a las cosas (naturales) del Mundo 1; así, un grupo de personas que conviven en un determinado territorio (hecho natural) se constituye en Estado (hecho institucional).

Nótese que en este proceso de creación de la realidad social acecha siempre la turbia sombra del delirio, ese descarrilamiento del juicio. Al brotar todo lo que puebla el Mundo 3 de la intencionalidad colectiva, que es de naturaleza mental, en cualquier momento puede la mente tornarse esquiva al reconocimiento de cuál es la realidad institucional objetiva. El ser humano es el "animal de realidades", pero también -me atrevo a sentenciar yo- el animal delirante.

Lo ocurrido en Cataluña hasta el momento encaja razonablemente bien con lo hasta aquí expuesto. Instituciones como el gobierno, el Estado-nación y el Derecho son tan objetivas como la gravedad en tanto que la asignación colectiva de funciones de estatus se acepte y reconozca a lo largo del tiempo. Esto es lo que ha evidenciado el procés al final. Si ahora la coyuntura es la que es tras la aplicación del dichoso 155, poco alentadora para los que abogan por una República de Cataluña, es porque esa intencionalidad colectiva que pretendía asignar una nueva función de estatus a la que por el momento se mantiene como comunidad autónoma ha tropezado con el hecho institucional (real) del Estado-nación España. A juzgar por lo sucedido diríase que dicho hecho lo es igualmente para los propios declarantes de la DUI, ya que el día de su proclamación ni siquiera ejecutaron el significativo acto simbólico de quitar la bandera española del edificio de la Generalitat, lo que indica que asumían implícitamente que la tal declaración eran palabras sin valor respecto de la creación de realidad institucional (llamo la atención, dicho sea de paso, sobre lo determinante del lenguaje en estos fenómenos sociales).

Como dejó escrito el magistral Pío Baroja en su lúcida novela El árbol de la ciencia, el "pragmatismo nacional" debe dejar paso libre a la realidad, porque "si se cierra este paso, entonces la normalidad de un pueblo se altera, la atmósfera se enrarece las ideas y los hechos toman perspectivas falsas". Entonces nos acercamos a las puertas del delirio, corriendo el riesgo de acabar por instalarnos en él.

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