Tribuna

Manuel bustos rodríguez

Catedrático de Historia Moderna de la UCA

Uso y abuso de la historia

Uso y abuso de la historia Uso y abuso de la historia

Uso y abuso de la historia

He tenido la suerte de conocer uno de los periodos más brillantes de la historiografía. Los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial fueron en el mundo occidental enormemente fructíferos, y de clara renovación en la manera de concebir y escribir la Historia. El esfuerzo de los investigadores por obtener la máxima objetividad y la aplicación a su servicio de métodos tomados de las Ciencias Sociales, elevó dicha disciplina a la categoría de ciencia, al tiempo que le otorgaba un sólido prestigio.

En consonancia con este proceso, el público valoró este esfuerzo. Los anaqueles consagrados a obras de Historia en las tiendas de libros ampliaron su espacio de manera notable, y las existencias de publicaciones sobre este tema aumentaron. Vinculándolo a Andalucía, el periodo de los 70-90, conoció la existencia de una pléyade de maestros ya consagrados o en vías de serlo (Blanco Freijeiro, Manuel González, Ladero Quesada, Carlos Álvarez, García-Baquero, Carande, Comellas, etc.), cuyos estudios y publicaciones llegaron a constituir una prueba de la transformación que se estaba experimentando. Sus nombres eran conocidos, a pesar de ser poco dados, salvo excepciones, a la realización de obras de divulgación para el gran público.

Durante esas décadas, la historiografía politizada quedó en un plano muy secundario y claramente desprestigiada, después de un par de décadas de profusión entre los estudiosos y el público en general. La honestidad intelectual, la profesionalidad y la exigencia se convirtieron en norma. Y ello se hizo notar de manera especial en la calidad de las tesis. En Francia, por ejemplo, de la mano de la escuela de los Annales, los trabajos para la obtención del Doctorado alcanzaron una calidad y unas dimensiones verdaderamente sorprendentes. De ahí surgieron obras de referencia para muchos alumnos e investigadores, todavía en proceso de formación. El impulso y apoyo que la nueva ciencia historiográfica recibía de los medios académicos y universitarios, así como el estímulo proveniente de las demás ciencias y de las obras de los grandes historiadores extranjeros, algunos de ellos, asimismo, admirados maestros, permitieron en España un florecimiento similar al del resto de los países occidentales.

Pero las tornas, a día de hoy, han cambiado en nuestro país. No es que se haya dejado de hacer buena Historia; sin embargo, la politización experimentada por la sociedad y la cultura españolas, al socaire sobre todo de los intereses nacionalistas y de la hegemonía cultural de la izquierda (en particular a través de la llamada Memoria Histórica y de sus estereotipos), ha ido progresivamente cambiando el panorama. Se busca una Historia de buenos y malos, de victorias que fueron derrotas o de soberanías inexistentes. Hay excesivo presentismo. Así, la Historia no ofrece, a ojos de muchos hipotéticos lectores, una garantía de objetividad. Es más, ellos mismos, a la vista de lo que perciben y oyen, dudan acerca de la capacidad de ese saber para alcanzarla, sin distinguir el conocimiento propiamente dicho de las interpretaciones interesadas que se hagan después de sus contenidos. Aunque, paradójicamente, puedan conceder a las redes sociales una veracidad que no tienen, y terminen aceptando las opiniones que se vierten en ellas.

La importancia de la Historia como generadora de nuestra visión del mundo e, incluso, de nuestro propio país, ha hecho siempre de esta disciplina objeto de deseo de los poderosos y políticos en general. Saben que una Historia moldeada según su conveniencia puede ayudarles en sus propósitos, exaltando o denigrando lo que desean y, por tanto, ajustando a ellos su visión del tiempo pasado. Candidatos a servirles en sus objetivos no han de faltar, y así historiadores e pseudohistoriadores atraídos por las prebendas que pudieran recibir del poder, o que superponen el triunfo de la causa -la que sea- a la verdad, siempre han de existir. Entienden que si nadan en la dirección de quien manda tendrán mayor facilidad para publicar y difundir sus trabajos, aunque no sean de calidad; para obtener ayudas económicas, estar presentes en los medios afines o conferenciar. Y como la tentación es grande, sucumben a ella con todo tipo de argumentos.

Pero también los hay, cuya capacidad crítica apenas se ha ejercitado en la universidad, no distinguen la realidad del tópico, apenas tienen reflexión propia y sacrifican la objetividad a la explicación o la idea preconcebida de su cabeza. Algunas veces aciertan, pero la mayoría consigue encender o mantener la llama del error y transmitirla a la sociedad. De todo hay en la viña del Señor. Por eso conviene que el lector se asesore antes de consumir un producto falso y contaminante. Los historiadores tenemos un compromiso con la herencia científica que recibimos. El esfuerzo en favor de una Historia limpia y honesta es una tarea nunca acabada, y que urge en la España de hoy.

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