Tribuna

javier gonzález-cotta

Escritor y periodista

La felicidad y la ONU

La felicidad y la ONU La felicidad y la ONU

La felicidad y la ONU / rosell

Todo ranking mundial entre países o ciudades viene a ser como la moral de la estadística. La alegría o el tedio en un país, igual que la tasa de violaciones o el número de playas con bandera azul, son otro abuso de la estadística (recordemos que es justo lo que decía Borges sobre la democracia).

Un día nos levantamos con la analógica pereza de siempre y leemos que Estonia se ha convertido en el primer país digitalizado del mundo. Otro día nos enteramos de que el porvenir y el color de la raza coinciden por su negritud: la República Centroafricana es el país más pobre de la tierra. Y, al revés, todo qatarí resulta ser el súbdito del país más rico según el PIB (es 184 veces más rico que un centroafricano). Por su parte, Islandia, la última Thule según los mitos nórdicos, aparece como el país más pacífico y con menos policías por metro cuadrado de nieve y hielo. Pero Los Cabos, en la baja California mexicana, y Caracas continúan encabezando el ranking de ciudades más peligrosas del mundo.

Por número de creyentes, Brasil es el país con más católicos de todo el orbe, mientras que el archipiélago de Indonesia es el que registra mayor masa de mahometanos. Si nos fiamos de lo que dice la CIA (la TIA de Mortadelo y Filemón siempre nos resultó más fiable), Mónaco viene a ser el geriátrico del mundo mortal. Los monegascos, aunque bien que adinerados, son los más envejecidos del planeta. En cambio Níger produce camadas y camadas de juventudes lamentablemente condenadas a la frustración.

Asimismo, no hay que ser un lince ibérico para colegir que China es el país donde hay mayor número de teléfonos móviles. Pero quizá nos sorprenda saber que España, junto con Singapur, resulta ser el lugar con más móviles por habitante y el que más usa la aplicación de WhatsApp como renovado spanish way of life.

Lo último sobre la moral de la estadística nos llega de la ONU y de su Informe Anual sobre la Felicidad. Cioran dijo en su día que la felicidad había acabado en Viena. Pero ahora sus restos resurgen bajo la fría y lechosa luz del norte. Resulta que Finlandia es el país de los más felices que habitan la tierra. Ni la citada mengua de luz solar. Ni la blanca monocromía del largo invierno. Ni la inaudita pasión por los rallies de coches. Ni su alto número de borrachines. Un finés, según la ONU, es el ciudadano más feliz en todo el globo terráqueo.

Sabíamos ya que Finlandia presumía de copar el ranking mundial en educación pública de calidad. De igual modo, se le ha considerado el país más seguro para hacer turismo. Ahora por lo visto, de Helsinki a Laponia, Finlandia se ofrece como la tierra promisoria donde la infelicidad no existe y donde hasta los renos braman en feliz celo de machos patriarcales. Cierto es que en la estadística de la ONU se consideran diversas variables. Entre ellas se hallan el PIB, las ayudas sociales, la libertad, la generosidad, la esperanza de vida, la ausencia de corrupción o, curiosamente, el regocijo que muestran sus inmigrantes en la tierra de acogida.

Frente a la calculada tristeza secular de la diáspora armenia o de la palestina, Finlandia es la ubre maternal de todos aquellos que llegan a su seno con anhelos de prosperidad. Si los nativos fineses son ya de por sí muy felices, resulta que, de entre los 117 países estudiados por la ONU, los inmigrantes en Finlandia también afirman que lo son. El Cándido de Voltaire sugería que la felicidad había que hallarla en el cultivo del propio jardín. Ya no. Ahora hay que buscarla en las señales que los trineos van dejando sobre el círculo polar ártico. Ya no hay que hacer como los relojes de sol, que sólo cuentan las horas luminosas. Mejor contar las horas nevosas.

No tenemos tiempo ahora para releer las Cartas finlandesas. No nos acordamos si Ángel Ganivet escribió algo acerca de la dicha de la que quizá ya antaño gozaban en Finlandia (desde luego no fue el caso de aquel atormentado amante, suicida torpe y sifilítico). Por eso hacemos más caso al cineasta de la alegría ecuménica, el finlandés Aki Kaurismäki. Recientemente estuvo en Madrid, donde recibió la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes y donde se le dedicó un ciclo sobre obra, basada mayormente en esperanzadoras trilogías (la del perdedor, la del proletariado, la de la inmigración).

Para contento de la Oficina de Turismo de Finlandia en España, Kaurismäki suele destrozar la idealizadora imagen de su país. Habló de esto y de lo otro ("Trump es un trozo de mierda"). Aunque agradecido, la entrega de la Medalla la consideró un reconocimiento de que era ya un director acabado. Dijo que hacía películas para dar de comer a sus perros, que siempre salen en ellas y son los actores más baratos con los que puede trabajar. "Nací con ellos y moriré con ellos".

Suponemos que la ONU no ha tenido en cuenta la carne cruda que este finlandés traduce en sus películas como cinta de la vida misma. "Nos queda la esperanza, que mueve montañas. Sin ella, busquemos el siguiente bar, ¿dónde está el más cercano?"

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