Tribuna

juan carlos rodríguez Ibarra

Ex presidente de la Junta de Extremadura

¿Qué quiere pintar el PSOE?

¿Qué quiere pintar el PSOE? ¿Qué quiere pintar el PSOE?

¿Qué quiere pintar el PSOE?

Manuel Valls decidió presentar su candidatura a la presidencia de la República Francesa por el Partido Socialista. Dicho partido celebrará sus primarias en dos vueltas, el 22 y el 29 de enero, con al menos siete candidatos. Solo el anuncio de Valls le permitió colocarse como favorito en la carrera de los socialistas al Palacio del Elíseo. Al parecer, en las preferencias, le sigue el ex ministro de Economía Arnaud Monteburg. Todavía es pronto para descartar a otros candidatos como la senadora de París Marie Noëlle Lienemann o el exministro de Economía Benoît Hamon. A ellos se unirán en la disputa Gérard Filoche, dirigente del Partido Socialista; Jean-Luc Bennahmias, integrante del Frente Demócrata, y el ecologista François de Rugy.

Seguramente, serán varios los militantes socialistas españoles que sientan envidia de esa manera, al parecer tan democrática, de elegir a los candidatos socialistas franceses. Pero serán pocos los que quieran saber cuáles son las prioridades del PSOE y en qué orden ponerlas. Si acaso a alguien le diera por encargar un retrato hiperrealista del padre de familia, no creo que se le ocurriera elegir a un pintor destacado de la escuela cubista. Primero se decide lo que se quiere y luego se busca a la persona que, con un equipo capaz, esté en sintonía y en condiciones de llevar adelante el encargo. Cuando no se celebraban primarias para elegir a los candidatos a la presidencia del Gobierno o a la dirección del partido las cosas funcionaban con la lógica anterior. Primero, un Congreso decidía el modelo de partido y las propuestas programáticas y, posteriormente, como final del proceso, se elegía al equipo director. Ahora, con el sistema de primarias, se pone el carro delante de los bueyes, de tal forma que si es Manuel Valls el elegido, el PS francés circulará por unos derroteros claramente diferentes de los que transitaría ese partido si el electo fuera Monteburg o la senadora Lienemann. Habrá que esperar a conocer al elegido para saber qué quiere el Partido Socialista francés.

Así que, muy democrática la manera de elegir al candidato, pero absolutamente personalista el programa que el partido elaborará, no en función de sus planteamientos colectivos, sino en base al deseo y a la forma de pensar del candidato electo.

Puestos a elegir, me quedo con la forma antigua que, por cierto, dio más y mejores resultados que esta mala copia del sistema norteamericano que va corroyendo poco a poco las estructuras intermedias del Partido Socialista, provocando la división y enterrando el debate.

Pero, para los que desean ese método, no estará mal recordar que Manuel Valls, uno de los candidatos del PSF, era primer ministro del Gobierno galo. Cuando decidió presentar su candidatura a la presidencia de la República, lo primero que hizo fue renunciar al cargo de primer ministro. Debería entrar dentro de la lógica de un partido socialista la no discriminación de ningún militante a la hora de competir en un proceso de primarias. Y esa lógica se quiebra cuando un candidato es cargo orgánico o institucional con sueldo proveniente del partido o de una institución, mientras que cualquier otro afiliado trataría de conseguir la nominación sin posibilidades de dedicar un minuto de su tiempo a recorrerse el país, por razones laborales. A nadie que trabaje como empleado o funcionario le van a permitir faltar dos o tres meses de su puesto de trabajo para presentarse a un proceso de selección en el seno de su partido. Coger el coche y recorrerse España entera, como dijo que haría Pedro Sánchez, es algo que solo está al alcance de muy pocos militantes, y que solo se lo pueden permitir quienes tengan tiempo, dinero y liberación para hacerlo.

No estaría de más que quienes defienden las primarias pudieran cargarse de razones y, siguiendo el ejemplo francés, exigieran a todo aquel militante socialista que quiera ser candidato a la presidencia del Gobierno, de una comunidad zutónoma o de un Ayuntamiento, seguir el ejemplo de Manuel Valls y que renuncie a sus cargos orgánicos o institucionales. Así sabríamos que nadie juega con ventaja y, además, conoceríamos el puesto de trabajo al que volvería el aspirante. ¿O es que alguien pretenderá convencernos de que tienen las mismas posibilidades el secretario general del PSOE que el afiliado sin responsabilidades orgánicas o institucionales? El cargo orgánico o institucional gozará del tiempo necesario para poder difundir su candidatura sin que nadie le tenga que conceder el permiso para ausentarse de su trabajo para visibilizar su imagen y su estilo.

Mucho me temo que nada será de esa forma y que, al final, asistiremos a un nuevo espectáculo donde se enfrenten dos o tres militantes socialistas de cuyo pensamiento no se sabrá más que aquello que quieran dejar traslucir en sus comparecencias públicas. Siguiendo con la pintura, si ganara un abstracto, el PSOE entraría en la senda de Kandinsky, pero si el vencedor fuera un realista, el socialismo español se decantaría por los espacios de Sorolla. Me parecería mucho más interesante para todos que primero se supiera qué quiere pintar el PSOE y que, posteriormente, busque al pintor que necesite para que el cuadro salga acorde a los deseos del colectivo socialista.

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