Tribuna

José León-Carrión

Catedrático de la Universidad de Sevilla

La vanidad

La vanidad La vanidad

La vanidad

Es muy humano que casi todos tengamos un buen concepto de nosotros mismos, aunque, y hay quienes tienen un autoconcepto desmesurado, a éstos les llamamos narcisistas. Aunque paradójicamente el trastorno narcisista es el menos frecuente de entre todos los trastornos de la personalidad: menos del 1% en la población general, y entre el 2% y el 16% en la población clínica, aunque se da con mayor frecuencia en varones. Parece haber un regulador o modulador natural de la prudencia personal para limitar los efectos de la arrogancia y de la vanidad. Cuando uno se cree el centro de la vida, y de lo que es interesante, suele aparecer ese fenómeno o sentimiento psicológico que colorea nuestra forma de ser y de comportarnos y que se nota en la forma de relacionarnos con todos aquellos con los que convivimos aparece la vanidad. La vanidad la definen los psicólogos como la manifestación de arrogancia, presunción o envanecimiento. Es una forma de vanagloria basada en un orgullo falso.

Pero también hay personas que son vanidosas porque sobresalen por encima de la media en lo que hacen y se sienten legítimamente orgullosas, aunque también debería ser un sentimiento privado y no transferible a otros. En España, en Europa y en la cultura católica, la vanidad es un pecado capital, mientras en otras culturas, como la americana, sentirte orgulloso de tus logros es algo que debes dar a conocer, para que los demás, al menos vicariamente, intenten imitar las cosas buenas que nos hacen ser mejores y ayuden a progresar a todos. Aquí casa perfectamente el dicho "piensa global y actúa local". El reconocimiento, el prestigio y el orgullo personal son potentes armas para hacer progresar a la humanidad, ya que son de los sentimientos que más se imitan. Algunos definen a los vanidosos como personas poco inteligentes, que casi siempre gastan su tiempo en intentar ser reconocidos y admirados. La vanidad forma parte de los mecanismos emocionales propios del ser humano y tiene que ver con la necesidad de estimación, de reputación y de autorrealización. El acervo cultural y educativo modula nuestra forma en cómo expresamos nuestra vanidad.

La vanidad legítima surge de tu trabajo y de tus aportaciones a los demás y a ti mismo, de que los demás reconozcan tu contribución. Nietzsche dejo escrito que "el que niega su propia vanidad suele poseerla en forma tan brutal que debe cerrar los ojos si no quiere despreciarse a sí mismo". La soberbia y la vanidad siempre nos pierden, hay que huir de ellas, y enseñar a nuestros hijos, y en la escuela, sobre su ineficacia y sobre su capacidad de perturbación. Para Bergson la única cura contra la vanidad es la risa, ya que el defecto esencialmente risible es la vanidad. Como apuntaba Jacinto Benavente la vanidad hace siempre traición a nuestra prudencia y aún a nuestro interés. Para el papa Francisco "la vanidad y el alardeo, son una actitud de espiritualidad mundana, que es el peor pecado de la Iglesia". Gracián ya lo decía así a mediados de 1600: "Todos los vicios dan treguas; el glotón se agita, el deshonesto se enfada; el bebedor duerme, el cruel se cansa; pero la vanidad del mundo nunca dice basta, siempre locura y más locura". También puede que De La Rochefoucauld llevara razón cuando escribía que "la virtud no iría muy lejos si la vanidad no le hiciera compañía."

El término "vanidad" aparece 75 veces en la Biblia como un adjetivo sobre la naturaleza humana: pasajera, mortal, perecedera y débil, asociada a la necedad o mentira. Se utiliza para reflejar lo tedioso y pasajero de la vida; la rutina que nos absorbe y que poco aporta para lo que hace realmente trascendente nuestra vida: el respeto y asombro ante Dios. La vanidad en la Biblia también alude al esfuerzo humano por buscar y construir la felicidad por sus propios medios. Para a Biblia, en la vida el conocimiento y la riqueza, como base de nuestro intento por darle sentido a nuestra vida, carecen de trascendencia; es pasajero, es vano. En el Nuevo Testamento, la vanidad se refiere a la vaciedad, la futilidad, la frustración y la transitoriedad que se alcanzan cuando no se alimenta el corazón y la mente con los principios de vida divinos que se reflejan en el rostro y en nuestra disposición ante la vida. Para todas las religiones esa es la verdadera belleza, la que no se acaba, pues Dios la ha puesto en nuestra vida.

La humildad es la virtud con la que se hace frente a la vanidad y a la soberbia oponiéndose al orgullo. El humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque acepta lo que el destino, o Dios para los creyentes, le depara. Sin embargo, la vanidad y el deseo de ser reconocidos por los demás han hecho que el mundo haya conseguido logros que nos han hecho avanzar física y mentalmente en los últimos 50 años más que en toda nuestra existencia.

La humildad es menos creativa. La vanidad para progresar, la humildad para conservar lo que merece serlo. Sitúese en el lado que crea que está y valore su contribución al mundo, pues puede que tanto la vanidad como la humildad sean necesarias cuando son verdaderas. Es cierto lo que escribía Víctor Hugo "la humildad tiene dos polos: lo verdadero y lo bello". Y debiera ser verdad que el secreto de la sabiduría, el poder y el conocimiento es la humildad, como aseguraba Hemingway. Humilde es la actitud de la persona que no presume de sus logros, que reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo. La humildad se cultiva ejerciéndola al igual que la vanidad.

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