Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Estamos para que nos dé algo

El problema, sobre todo tras la irrupción de la polémica con las camisetas y las banderas, es puramente textil

Andamos al límite de días históricos, momentos cumbre, giros del destino, análisis coyunturales, conexiones en directo, interrupciones de la programación, "un momento que nos vamos a las puertas del Supremo", visiones apocalípticas que nos dejan sin disfrutar de Mujeres Hombres y Viceversa y falta de sueño porque a sus señorías -eso es algo que habrá que estudiar a fondo- lo de la hora parece que no entra en la Ley de Enjuiciamiento Criminal, o simplemente no tienen casa. Nos hemos convertido en expertos en encajar los límites del delito de secesión y rebelión hasta el punto de contravenir a su propio redactor -se lo juro, ha pasado- y cuándo pagar una fianza o distinguir perfectamente un distrito de Bruselas de otro.

Parecía que ya nos habíamos repuesto de la fiebre banderil que cubría nuestras calles; enseñas compradas a toda prisa y que hacen frente con gallardía a las inclemencias de la lluvia y el viento hasta el punto de que sus pliegues resisten al temporal. Patriotas de hace un par de meses que quieren ir un paso más allá y han colocado el toro de Osborne en algunas de ellas; no ocultan sus intenciones, como es la razón de su persistente presencia hasta en una chuchurría maceta en una calle del centro de Huelva; lo hacen por molestar, lo mismo que aquel que pone una estelada en Reus, no se crean.

Pero es que la cosa ha ido más allá. Cuando en los programas deportivos apenas se había sobrepuesto al último gesto de Ronaldo cuando no fue él quien consiguiera un gol contra no sé qué equipo, la lesión de Bale, la falta de definición del Atlético, la última en Camp Barça -lo siento amigos, del resto no hablan- las tertulias de semejante botarates se vieron inundadas por otro fervor patriótico que les atenazaba el pecho. Alguien vio un morado donde había un azul -o no, vaya usted a saber- e incluso si se acercaba mucho a ver las manchas amarillas, comprobaba que no eran uniformes, sino que la senyera asomaba muy cuca ella. Me recordó al chiste del convento y la residencia de sacerdotes que no les pienso recordar.

Lo teníamos delante de nuestros ojos y no nos hemos dado cuenta hasta ahora. Ni burguesía catalana ni el seny ni el entorno del Liceo ni el señorío de Las Ramblas. A lo que asistíamos sin saberlo es a un verdadero problema textil, algo perfectamente lógico si se tiene en cuenta que es allí donde nació su industria.

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