Descendimiento

Reencuentro con el Puente Romano en un día primaveral

  • La hermandad del Campo de la Verdad cruza el río Guadalquivir por la antigua pasarela, reabierta después de su restauración, y hace estación de penitencia en el interior de la Mezquita-Catedral

Tarde de sol en el Campo de la Verdad. Balcones engalanados junto a la Calahorra y ambiente festivo. Las escalinatas de la plaza Cristo del Descendimiento se llenan de gente desde las 17:00, media hora antes del inicio de la última procesión que cruza el río Guadalquivir. Durante la espera, las conversaciones versan sobre el Miércoles Santo que no pudo ser, sobre la amenaza de la tormenta en la tarde del Jueves y sobre la entrada de la primavera y el "milagro" -dice un vecino- de que la cruz de guía del Descendimiento esté ya en la calle y no haya ni una nube en el cielo.

Los primeros nazareno, vestidos de blanco y rojo, salen del portón lateral de la parroquia de San José y Espíritu Santo a las 17:26, con unos minutos de antelación sobre el horario previsto. Los últimos miembros de las bandas se esfuerzan aún en subir las escalinatas llenas de gente, de familias vestidas de festivo que se apretujan cuando la tuba pide un "hueco" para pasar. Los músicos suben de uniforme, cargados con tambores y sacándole lustre a los zapatos.

En la plaza del Cristo del Descendimiento, el gentío dirige la mirada hacia el portón del templo cuando el llamador lanza un sonido seco y el paso dorado empieza a moverse. La gente responde con aplausos: el enorme misterio sale a la calle con los cirios apagados, despacio, como queriendo aprovechar el sol de la tarde en su camino hacia la Carrera Oficial, antes de cruzar el río y poner rumbo "a Córdoba", como a algunos vecinos de la zona dicen cuando traspasan el Guadalquivir. En el primer descanso los costaleros salen de las trabajaderas para saludar a conocidos y atusarse la ropa. Uno de ellos, vestido de negro, muestra un esparadrapo sobre el cogote, tapando la huella de otras penitencias.

Suena el llamador del palio dentro de la iglesia y los costaleros de la Virgen del Buen Fin se meten bajo las trabajaderas. La escena no se ve, sólo se intuye, porque el misterio descansa frente al portón: el capataz da una orden ininteligible desde la distancia y las bambalinas tintinean. Fuera, el misterio empieza de nuevo a moverse y avanza a reencontrarse con el Puente Romano tras su restauración. Mixtura extraña de arte barroco sobre el granito rosa y contra las lonas de colores estridentes que tapan la Calahorra, mujeres de mantilla dibujadas en negro sobre la obra de Luis Gordillo.

El capataz de Nuestra Señora del Buen Fin golpea el llamador y lanza el primer "todos por igual, valientes" de la tarde antes de que el palio salga a la calle. La banda de música de Nuestra Señora de Guaditoca, de Guadalcanal (Sevilla), toca la Marcha real y el público aplaude mientras los varales se mueven. El palio rojo y dorado va meciéndose entre la gente, tomando la senda del río entre una niebla de incienso.

Los vecinos hablan de que el desfile va a entrar en el Puente Romano, de lo "bien" o de lo "mal" que ha quedado la vieja pasarela sobre el Guadalquivir, de la "pena" del puente de Miraflores -el "mohoso", le dice uno- y del paso por la Catedral a la vuelta, antes de la medianoche. La primavera envuelve la procesión con flores de naranjo rociadas por el suelo y pétalos desmenuzados desde las azoteas. La banda entona una música de tragedia y algunos vecinos corren hacia el Guadalquivir, para reencontrarse con su hermandad y con su puente.

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