Ayer y Hoy

La Semana Santa en los evangelios

  • Entre lo que dice el Evangelio y lo que vemos hoy en los recorridos procesionales hay algunas diferencias. Pero, máximo respeto a las tradiciones, porque doctores tiene la Iglesia

Utilizando los Evangelios como fuente de inspiración del momento de la Pasión nos encontramos con algunos desajustes que faltan al rigor, tal vez por desconocimiento de los textos sagrados; pero todos parecen aceptarlos a favor de la devoción popular y por el peso de tradiciones seculares. Pero ¿cuántos participan como simples espectadores de vistosos espectáculos y cuántos sienten lo que realmente pasó y qué significado tiene la celebración religiosa para el mundo cristiano y según los textos bíblicos neotestamentarios?

Fray Luis de Granada en el siglo XVI y ante la poca capacidad lectora de la población analfabeta dejó escrito en Una Suma de la Vida Cristiana, que "si usamos las imágenes es para traer a la memoria y mover a la devoción". La sesión XXV del Concilio de Trento de 1563 había promulgado con fines didácticos el decreto sobre la veneración de las imágenes para instruir al pueblo.

No hubo poetas que cantaran saetas al Jesús el Nazareno; no hubo cantos ni músicas

Y ahora que el pueblo sabe leer echamos mano de los evangelios y vemos algunas clamorosas diferencias. Si hoy el pueblo se agolpa entre vítores, palmas y piropos al paso de una procesión, lo que narra el Evangelio es lo contrario, puesto que aquel pueblo se volvió de repente enemigo del reo: Le escupieron, le quitaron la caña que le pusieron como cetro y le pegaron en la cabeza (Mateo, 27, 30). El desagravio del cristiano hoy sería verlo pasar con devoción y respeto.

Si hoy los soldados y bandas acompañan al paso con ritmos marciales, tambores y trompetas, esos mismos soldados del gobernador (Mateo, 27, 27) llevaron a Jesús... lo desnudaron y le echaron encima un manto escarlata y después trenzaron una corona de espino y se la pusieron en la cabeza... (Marcos 15, 17). Y hasta una bofetada se llevó Jesús de un guardia del sumo sacerdote Caifás (Juan, 18, 2).

Hoy, los esforzados y voluntariosos costaleros ensayan desde las trabajaderas cómo levantar, bailar y pasear con buen ritmo, muy parecido al del popular pasodoble español, la imagen de un crucificado o la de su madre dolorosa que va detrás; momento estelar que suele ser recompensado con fuertes aplausos. No fue así. Cuando ocurrió el suceso, sólo uno, Simón de Cirene, fue el que corrió a ayudar a llevar la cruz y María no estaría para bailes ni paseíllos toreros; una madre, la Virgen dolorosa y angustiada ante la muerte de su Hijo. Una Virgen Dolorosa, de la Amargura, de las Penas, de la Soledad, de las Angustias.

Aquellas mujeres de la Pasión, María Magdalena, María, madre de Santiago, Salomé y tantas otras, consolaban a María que no estaba para muchos piropos; en la cruz había un Hijo muerto, y fueron luego al sepulcro a echar una mano. (Marcos, 15, 40).

La actitud de los apóstoles durante la Pasión dejó mucho que desear, cabalgó entre la duda y el temor. Uno de ellos, Pedro, negó tres veces conocer a Jesús: ¿no eres tú amigo de Jesús?, preguntó la criada. No, no lo soy, contestó Pedro (Juan 18, 17).; otro, Judas, lo traicionó descaradamente: es seguro que uno de vosotros me traicionará (Juan 13, 21); mientras Jesús reza angustiado en el Monte de los Olivos, Pedro, Santiago y Juan se echan a dormir y tienen que ser regañados: no habéis podido ni siquiera velar una hora, así lo dice Marcos, 14, 37 y Mateo 26, 40; y mientras carga con la pesada cruz hacia el Gólgota quien le ayudó fue Simón de Cirene ¿dónde estaban sus amigos los apóstoles?; cuando hay que bajarlo de la cruz quien pidió autorización fue José de Arimatea con la ayuda de Nicodemo (Juan 20, 38); y cuando se narra el episodio de la aparición tras la resurrección, hasta el incrédulo Tomás no se fía y tuvo que meter la mano en su costado: si no meto la mano en la herida abierta, no lo creeré (Juan 20,25). Le fallaron casi todos: Todos vais a fallar, como está escrito: 'heriré al pastor y se dispersarán las ovejas'. (Marcos, 14, 27).

Hoy la autoridad civil sigue el cortejo procesional como representante de las instituciones y del pueblo; entonces no fue así: Los sumos sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban un testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte... (Marcos, 14, 55). Pero los acompañantes de los pasos, autoridades, representaciones, etc., con sus mejores galas, estrellas, medallas y condecoraciones ¿qué pintan ahí? Mateo en 23, 5, dice: Todo lo hacen para llamar la atención de la gente: les encantan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, que les hagan reverencias por la calle y que los llamen 'señor'.

Van los penitentes con la cara tapada como en un carnaval; pueden dar la impresión de ser "sepulcros encalados" (Mat. 23, 27). La cara descubierta da un testimonio de penitencia más sincero, más valiente. No hubo caretas en la Pasión; aunque sí fariseos. El verdadero cristiano da la cara por sus creencias, ni se esconde ni se tapa. La ocultación del rostro es más propia de los bailes de disfraces.

Siguen los desajustes. Nada hay hoy más contrario al mensaje de Jesús sobre la riqueza: los pasos son en general un alarde de ostentación; tronos, mantos, coronas, luminarias y demás signos externos de lujo que están por completo en contradicción flagrante con el cristianismo esencial; y mucho más referido al momento de mayor humildad, como es la pasión y muerte. Léase a Lucas 18, 22 o a Mateo, 19, 21. Se trata de dos excelentes pasajes que definen en valor de la riqueza en el cristianismo: vende lo que tienes, dáselo a los pobres, luego ven y sígueme.

Cuando Jesús pidió agua le dieron vinagre y una lanzada en el pecho; y porque estaba ya muerto, si no, le hubieran partido las piernas por las rodillas. (Juan 19, 31-37). Hoy se consuela con agua fresca a los costaleros, mientras hay espectadores abarrotando los bares. Cuenta Mateo (27, 55) que presenciaron la escena desde lejos muchas mujeres; entre ellas estaba María Magdalena y ni agua pudieron llevarle.

No hubo poetas que cantaran saetas al Jesús el Nazareno; no hubo cantos ni músicas. Si alguien cantó fue aquel gallo, primer saetero de la historia, cuando Pedro, discípulo amado, negaba sin embargo conocer a su Maestro (Juan 18, 27). Pero parece que muchos, que se dicen cristianos, están de acuerdo en aceptar la Semana Santa como está, incluso "aumentarla y corregirla". Fray Luis de Granada en su Libro de la oración y la meditación dejó escrito: sois hombres y no fieras, mirad al hombre… Mirad pues al Señor en su agonía. Pero, en fin, respeto máximo a las tradiciones y para todas las manifestaciones religiosas porque doctores tiene la Iglesia, pero ahí están los Evangelios que, según dicen, es palabra de Dios.

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