Presentación

Una tropa sureña pide revancha al Rey de Copas

  • El Sevilla cambia los globos amarillos por un balón y llega al Wanda con decenas de miles de fieles para rendir cuentas ante el Barcelona en la gran fiesta del fútbol español

  • Consulta aquí la infografía que explica cómo es el estadio que acogerá la gran final

Una tropa sureña pide revancha al Rey de Copas

Una tropa sureña pide revancha al Rey de Copas / Rosell / J. A. Solis

No hablemos de política. Hagámoslo de fútbol. Porque en una final de la Copa del Rey el amarillo es un color más en la expresión más colorista, pasional y festiva del fútbol español. Y porque Sevilla FC y FC Barcelona, los dos protagonistas, se han habituado a librar batallas sin tregua, al límite, de las que dignifican en grado sumo al fútbol. Las dos últimas, aquella Supercopa de Europa de 2015 en Tiflis y la final de Copa de 2016 en el Vicente Calderón, fueron resueltas en la prórroga y distinguieron a un Barça campeón, pero también a un Sevilla que enorgulleció a los suyos en la derrota. Dos años después, se vuelven a citar de nuevo en Madrid con muchos cambios en la plantilla blanca, algunos menos en la blaugrana, y un escenario, el imponente y vanguardista Wanda Metropolitano, que acogerá su primera gran final. Será un decorado acorde con la dimensión de tamaño encuentro.

No hace tanto, en 2005, los sevillistas hubieran peregrinado a Madrid frotándose los ojos llorosos. Jugar la final de Copa ante todo un Barcelona hubiera sido ya un mayúsculo premio para esa gente con el alma cuarteada por una interminable sequía. Pero las circunstancias son otras bien distintas, vaya que sí. Ahora el Rey San Fernando reta al Rey de Copas con un balón en la mano. En juego ese preciado trofeo de plata, que ya reposa en propiedad en las vitrinas de ambos, lo que pocos, muy pocos, pueden decir.

No. No va el sevillismo a conformarse con esa fiesta previa a que el balón ruede, que ya es cosa grande. Se juega la temporada a una carta. Ganarla es rematar otra campaña para el recuerdo. Perderla es que la decepción, que no el fracaso, se extienda como una mancha.

Y esta vez, los rectores del fútbol no le han faltado al respeto como en 2016, cuando fijaron la final sólo cuatro días después de la que el Sevilla le ganó al Liverpool en Basilea. El equipo de Unai Emery había conquistado las dos ediciones anteriores de ese torneo continental. Al club de Nervión le da por ganarla cuando la disputa. Pero no lo valoraron los gerifaltes, o sí, para ordenar que la final de Copa fuera sólo cuatro días después. Ni la roja a Mascherano en el primer tiempo compensó el enorme desgaste de los blancos, decisivo en la prórroga, ya diez contra diez por la expulsión de Banega.

Toca revancha. Se apresta a jugar el Sevilla en Madrid su decimoséptima final desde aquel nirvana en Eindhoven, hace casi 12 años. Cinco de Copa de la UEFA con sus cinco de Supercopa de Europa, cuatro de Copa del Rey con las tres de Supercopa de España ya jugadas, que seguramente serán cuatro para elevar la cifra de finales a 18. Quedará certificado en cuanto el Barcelona conquiste esta Liga una semana de éstas. Si en lo que va de siglo hay un equipo terrenal baqueteado en partidos con un título en juego, es el Sevilla, que pasó de atravesar un sahara de 44 años sin una triste final que perder, a jugarlas casi por castigo. Por pura inercia.

La televisión oficial del club de Nervión realizó un reportaje en el que socios desglosan sus experiencias a lo largo de esta década larga de finales. Y a veces, cuando rebuscan en sus recuerdos, dudan en situar la vivencia o la anécdota en Varsovia o Turín, en Mónaco o en Glasgow. Son miles de pinceladas multicolor, con predominancia del blanco y el rojo, que componen un enorme fresco inconcluso en la memoria colectiva del sevillismo.Ese disfrute continuo ha tenido un precio, claro. Viajar nunca ha sido barato. Pero ir a Madrid un fin de semana es mucho más asequible que hacerlo a Varsovia o Basilea un martes o el mismo miércoles del partido. O que cruzarse la península un día laborable, como hicieron unos 35.000 sevillistas en 2010 para ganarle al Atlético de Madrid en el Camp Nou. Y aunque hablamos de un Sábado de Feria, después de días de voraces dentelladas a los bolsillos, la afición ha vuelto a volcarse y esta vez los socios casi agotaron el cupo de 23.850 localidades dispuestas para el Sevilla en el modernísimo Wanda Metropolitano. Sólo restaron 300.

El sevillismo se ubicará en el gol norte. Como en la última final de Copa que ganaron, en el Camp Nou. En esa ocasión conquistaron el título ante el Atlético en el feudo del Barcelona. Ahora se trata de derrotar a los azulgrana en casa de los colchoneros. Ya ocurrió hace un par de años y la jugada no salió bien para los de blanco. Pero esta vez hay otro matiz para los amantes de la superstición, que en el fútbol son legión: los de blanco han levantado un título en año de Mundial desde su venturoso 2006. Entonces fue la primera Copa dela UEFA, ya en 2010 cayó la referida Copa dedicada a la memoria de Antonio Puerta y en 2014, retornó el Sevilla campeón para dilatar la maldición del Benfica en aquella primera Liga Europa (tercera UEFA) en Turín. Tocar plata en año de Mundial empieza a ser una sanísima costumbre por Nervión.

No obstante, una costumbre aún más arraigada en nuestro fútbol, desde octubre de 2004 en que se presentó en sociedad de forma oficial, es que un rosarino para el que la pelota es como una prolongación de su pie izquierdo decida los partidos. Y con un fútbol único, exclusivo. Messi ha coleccionado casi tantas víctimas como admiradores. Y además, su predilecta reside en Sevilla y viste de blanco. Nada menos que 30 goles le ha hecho al Sevilla en 32 partidos. Y alguno, en finales: los últimos, los dos de falta directa en aquel bellísimo canto al balompié que fue la cita en Tiflis por la Supercopa de Europa de 2015, que resolvió Pedro en el minuto 118 (5-4) tras otra falta botada por... Messi.

El último de los 30 goles del Diez al Sevilla está fresco y aún escuece. El pasado Sábado Santo le birló dos puntos al cuadro de Montella, que un minuto antes de ese zurdazo que Sergio Rico no desvió lo suficiente ganaba 2-0 y paladeaba el honor de acabar con la imbatibilidad del líder en la Liga. Tras el 2-1 de Luis Suárez en el 88, Messi acalló Nervión nada más sacar los anfitriones desde el centro del terreno de juego.

La última victoria del Sevilla sobre el Barcelona en partido oficial fue hace dos temporadas en la Liga. Un 2-1 con gol de penalti de Neymar para los azulgrana. Lo tiró el brasileño porque esa tarde no jugó... Messi. El mismo que zanjó la final de hace dos años en el Vicente Calderón con su majestuoso y exclusivo pase a Jordi Alba para el 1-0 en la prórroga.

Esa derrota sevillista en su última de las ocho finales coperas que ha disputado (antes ganó las de 1935, 1939, 1948, 2007 y 2010 y perdió las de 1954 y 1962) no supo tan amarga porque un día después de caer, media Sevilla volvió a recibir a sus héroes, que le brindaban la quinta Liga Europa. Esta vez, el sevillismo se aferra al sueño de su sexta Copa porque en ello le va el éxito definitivo de la temporada. Por asegurarse el decimocuarto año en Europa de los últimos 15 y, sobre todo, por volver a palpar la gloria. Para eso se ha plantado la ruidosa tropa del Rey San Fernando ante las mismas barbas del Rey de Copas.

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