–¿Qué ha pretendido con La calle del infierno? ¿Parte de alguna filosofía concreta?
–Ante la situación económica tan complicada en la que estamos inmersos he preferido decantarme por el color, no escatimar ni en tejidos, ni en adornos, ni en volantes, ni en vuelos. Quiero que la mujer disfrute y que tenga ganas de vestirse de flamenca.
–¿Cuál es el momento que piensa puede resultar más impactante cara a los espectadores que la acompañen?
–El principio de la puesta en escena. Saldrán tres modelos con trajes cortos como si fueran niñas. Después se estrenará el pase e irá in crescendo hasta llegar a una línea en seda y organza.
–¿Podría explicarme su mayor dificultad a la hora de imaginar y confeccionar una propuesta?
–La idea sobre la que basarla. Una vez que me inspiro es cuestión de elegir tejidos y saber por dónde llevarlos.
–¿Trabaja sobre papel o directamente va rectificando en el cuerpo de cada clienta?
–En dibujos (…). En realidad, depende. A veces, en la prueba modifico porque no me termina de convencer el resultado. Mi idea es que cada persona vaya cómoda, se sienta guapa, resalte su figura y pueda bailar todo el día. A mí me gusta eso y, si yo no lo consigo, no lo quiero para nadie.
–Algunos compañeros suyos pecan de pensar demasiado sólo en las compradoras más jóvenes…
–No es mi caso. Atiendo tanto a chicas de 18 como a señoras de 60. Para eso se hace el trabajo a medida.
–¿Hay algo que no usaría para sus piezas?
–El talle por debajo de la rodilla. Eso, jamás.
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