"Brutales rodillazos en el estómago y en la zona de los genitales (quería ponerme de rodillas). También en la columna.Luego, encierro a oscuras sin aire ni comida": son las palabras que Natascha Kampusch escribió en su diario a escondidas el 24 de agosto de 2005, en pleno secuestro.
Su captor la dejó entonces sin comida, le peló la cabeza y la obligó a limpiar la casa semidesnuda, con el objetivo de quebrar por fin su voluntad, de terminar de convertirla en su esclava.
La austriaca recoge ahora su martirio en 3096, una autobiografía sobre los 3.096 días que pasó cautiva en un sótano y que saldrá a la venta en Alemania este miércoles.
Sólo las agresiones sexuales quedan fuera del libro: "Es el último resto de privacidad que querría guardar para mí, después de que mi vida en cautiverio fuese desmenuzada en incontables artículos, declaraciones y fotos", escribe la joven de 22 años.
El libro, de 284 páginas, es mucho más que un viaje a la cámara de los horrores creada por un psicópata: también es una descripción analítica de la vida y desafíos de una adolescente que tuvo que afrontar lo inimaginable.
Kampusch evita el papel de víctima y asume el de un narrador fuerte en primera persona, aunque distanciado de los hechos. En un primer momento quiso escribir el libro por sí misma, pero luego quedó bloqueada y optó por contarle la historia a otra persona, cuenta en una entrevista con la agencia dpa.
La obra, dividida en diez capítulos, comienza con los recuerdos de la dura niñez en Viena: la separación de los padres, el exceso de bebida del padre, las bofetadas repartidas a diestro y siniestro por una madre superada por la situación. Sólo la abuela aparece como una figura capaz de dar atención y contención a la pequeña Natascha.
Presa fácil para Wolfgang Priklopil, que intercepta a la niña de diez años en su camino a la escuela y la sube en su coche. "¿Si grité? Creo que no", recuerda en la biografía.
Es el comienzo de un infierno en cinco metros cuadrados, ventilación deficiente, luz regulada por un temporizador e intercomunicadores que permitían al secuestrador controlar cualquier movimiento en la casa. Priklopil la bautizó como "Bibiana" e intentó que borrara toda su vida anterior.
Kampusch relata el bizarro día a día de una niña para quien el único prójimo posible era su secuestrador. A veces Natascha le pedía un beso de buenas noches. A veces jugaban juntos. En otras ocasiones, él la dejaba sola durante días o la golpeaba salvajemente. A medida que se convertía en mujer, el objetivo fue otro: educarla para transformarla en una esclava obediente.
Con los años, Priklopil fue permitiéndole hacer las tareas del hogar e incluso breves salidas, aunque siempre bajo una estricta vigilancia y la amenaza de matar a todos si la joven pedía ayuda. Era un riesgo improbable: "Estaba tan metida en el cautiverio que el cautiverio se metió en mí".
La relación con el psicópata, entre tanto, se volvió compleja y llena de matices. "Si sólo hubiese sentido odio por él, ese odio me habría carcomido tanto que no habría tenido ya fuerza para sobrevivir".
Y aun así, cuenta Kampusch, siempre quiso escapar al control absoluto del captor, lo que incluyó un intento de suicidio fallido. Para superar sus brotes de violencia agresiva, la joven aprendió a separarse todo lo posible de su propio cuerpo. "Estaba muy lejos", admite. Aún hoy sigue sin experimentar emociones al recordar las horas más oscuras.
El aprendizaje de la libertad es todavía un proceso en marcha para Natascha. "Sigo trabajando en ello", confiesa.
También su visión del mundo quedó marcada por la pesadilla: en el libro cuenta que se volvió vegetariana y que no soporta ver animales encerrados: "Me recuerda demasiado a lo que me pasó a mí".
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