por montera

Una explicación

  • Mariló Montero asume "el morbo" que provocó su conversación con Anne Igartiburu en 'La mañana de la 1' y confiesa "haber confundido intensidad con agresividad".

Por una vez, de forma excepcional, necesito hablar de mi persona en este artículo de los sábados. Lo hago por necesidad de confesarme y empujada por el protagonismo involuntario que provoqué y que tuvo amplia repercusión en casi todos lo medios de comunicación, pasillos, calles, oficinas, espacios públicos y privados. Asumo el morbo que provocó mi conversación con Anne Igartiburu en el programa La mañana de la 1. Acepto todas las críticas que se han hecho. Me cuesta más trabajo aceptar otro tipo de falsas e injuriosas insinuaciones sobre mi intimidad. Pero comprendo que soy un personaje público y estoy expuesta a todo tipo de miradas.

He dejado pasar los días en silencio, por respeto al trabajo periodístico de mis colegas de los diarios impresos, de las emisoras de radio, televisión, de los medios digitales. Han informado con libertad y con toda libertad calificaron la entrevista que le hice a mi compañera Anne. Hoy, reposado el criterio, necesito decir varias cosas. Necesito confesar mi pecado: confundir intensidad con agresividad y trasladar a una entrevista pública términos y expresiones sólo entendibles en una conversación privada. Y necesito reafirmar con este artículo algunos de mis principios éticos: como profesional de la comunicación, defenderé siempre que los errores sean reconocidos, que los ataques injustos a las personas y a su fama deben ser reparados y que la rectificación es un derecho de los perjudicados, y no un privilegio del comunicador.

Desde esos principios, reconozco ante quienes me honran con su lectura habitual que el tono de mi conversación con Anne ha sido un error; error de un día; de unos minutos de un día. Digo más: un error difícilmente explicable, porque si algún sentimiento tengo ante mi compañera es el de admiración por su trabajo diario y enorme respeto a su trayectoria profesional. Y no me conformo con decir que tuve una mala mañana, que es la única justificación razonable. Me exijo a mí misma el reconocimiento de que expresé una agresividad que no se corresponde con mi talante (quienes me conocen lo saben), ni con los méritos profesionales de Anne. Por esa razón, inmediatamente después del programa la llamé por iniciativa propia y necesidad personal. Y no le pedí disculpas. Le pedí perdón, porque es más justo que pedir disculpas. El perdón implica arrepentimiento junto al deseo de recibir del ofendido el regalo de que lo conceda.

Y hoy escribo y publico estas líneas para extender mi solicitud de indulgencia a todos aquellos que se hayan sentido agraviados, a mis compañeros, a mi familia, amigos, conocidos y a ustedes, lectores de estos artículos. Sé que han tenido dificultades para defenderme. Y pido perdón a RTVE, a todos sus espectadores de España y del Canal Internacional, porque es un medio de profesionalidad impecable y repleto de profesionales ejemplares. Entre ellos, y quizá a su cabeza, Anne Igartiburu.

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