Toros

Gonzalo Caballero, un trofeo en festejo deslucido

  • El novillero madrileño corta una oreja con benevolencia en el último astado del pésimo encierro de Juan Pedro Domecq · Rafael Cerro y Tomás Angulo, de vacío

GANADERÍA: Novillos de Juan Pedro Domecq, de desiguales hechuras -algunos fuera de tipo-. En conjunto, de juego muy deslucido, prevaleciendo la blandura. Simulacro en el tercio de varas en varios astados. La excepción, el sexto, con brío. TOREROS: Rafael Cerro, de azul y oro. Estocada (silencio). En el cuarto, Casi entera y descabello (silencio tras aviso). Tomás Angulo, de verde y oro. Estocada arriba (silencio). En el quinto, entera arriba (vuelta al ruedo). Gonzalo Caballero, de corinto y oro. Pinchazo, estocada y seis descabellos (silencio tras aviso). En el sexto, estocada (oreja). Incidencias: Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Viernes 21 de septiembre. Media entrada. En cuadrillas, destacó El Suso, en la brega del quinto; en el sexto, un buen quite de Larios a Carvajal y un gran par de Curro Robles.

La novillada de Juan Pedro Domecq, de dispares hechuras, resultó muy deslucida -a excepción del último astado-. Estuvo marcada por una flojedad excesiva, con un segundo animal, inválido, que a pesar de no picarlo, apenas se tenía en pie. Con ese material, la emoción -sal precisa para aderezar el espectáculo taurino- apenas apareció. De hecho, parte del público se desconectó muy pronto de lo que sucedía en el ruedo. A la vista del número de espectadores que inclinaban sus cabezas, y tecleaban en sus móviles durante los cuatro primero novillos, es probable que ayer se batiera la marca de SMS enviados desde la Maestranza. Fue en el quinto y, fundamentalmente, en el sexto -único novillo de Juan Pedro Domecq con brío- cuando cobró algo de color el grisáceo festejo, en una tarde en la que hicieron el paseíllo Rafael Cerro, Tomás Angulo y Gonzalo Caballero, para quienes la empresa había reservado los puestos como novilleros triunfadores de la temporada en Sevilla.

La actuación de Rafael Cerro, voluntarioso, no caló en el respetable. El astado que abrió plaza, flojísimo y al que cuidaron en varas, resultó manso, aunque persiguió la muleta con nobleza. A Cerro, que lo lanceó de rodillas, se le arrodilló el animal para no ser menos. El extremeño, muleta en mano, se empeñó en citar desde lejos al entablerado animal. Por fin cambió de opinión y la apertura fue en las rayas. En las afueras, concretó una labor sin emoción. Con el cuarto, un torete feo y sin cuello, al que le costaba embestir, lo toreó de rodillas en los medios con la tela encarnada. Con la diestra logró una tanda interesante por su gran exposición. Sin embargo, con la zurda, a un par de naturales de buen trazo se unió un desarme.

Tomás Angulo recetó dos soberbias estocadas en lo alto. Continúa siendo un cañón con la espada. Con su primero, un inválido en toda regla al que no picaron, no tuvo opción alguna para el lucimiento. El presidente hizo caso omiso delas protestas que solicitaban su devolución. Con el quinto, se estiró bien a la verónica. En la apertura de la faena, con la diestra, dibujó muletazos largos, templados y con limpieza. Y al natural también extrajo algunos sueltos con calidad. Pero el novillo se rajó de inmediato y todo quedó a medio camino. Se marcó una vuelta al ruedo por su cuenta, sin respetar las exigencias de una plaza de primera categoría.

Gonzalo Caballero se las vio en primer lugar con un novillo altote y largo, de cuerna abierta. A su flojedad se unió su carencia de casta. Muletazos por alto, un desarme y un arrimón, con sendos falleros y unas manoletinas no fueron suficientes para calentar el ambiente. Con el castaño claro que hizo sexto apostó por la quietud, tronco de su actual tauromaquia. Con la diestra, tras citar de lejos e hilvanar dos muletazos tras el cartuchito de pescao, no quiso rectificar en el siguiente y voló por los aires en un volteretón espectacular, impresionante, en el que no se partió la crisma de milagro. Ni se miró. El público quedó impresionado. En los medios y con la diestra, encajado y con las plantas asentadas, comenzó de manera explosiva, con hasta cuatro muletazos, que empalmó con un pectoral. De nuevo, otra serie notable. Sin embargo, con la zurda -el novillo embestía peor por ese pitón-, la faena perdió intensidad, tras un par de enganchones. Apostó por las cercanías, con unos circulares invertidos y unas bernadinas. Una estocada eficaz fue decisiva para que afloraran pañuelos. El presidente hizo volar el suyo. Fumata blanca y una oreja que no esconde un espectáculo deslucido en su conjunto y marcado por la blandura de la novillada de Juan Pedro Domecq.

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