Toros

Oreja para Antonio Ferrera y Cayetano en un cierre gris de la Feria de Gijón

  • Francisco Rivera Ordóñez, acogido con cariño, tuvo en suerte el mejor lote y se marchó de vacío

Antonio Ferrera.

Antonio Ferrera. / alberto morante / efe

Los diestros Antonio Ferrera y Cayetano cortaron una oreja cada uno en el cierre de la feria gijonesa de Begoña, una tarde descafeinada en la que la falta de toros y el mal de espadas se aunaron para dar al traste con tan gris espectáculo. Se lidiaron toros de Julio de la Puerta, bien presentados, aunque con desigualdades de hechuras, caras y remates, y de juego desigual. Francisco Rivera Ordóñez, silencio y ovación tras aviso. Antonio Ferrera, silencio tras aviso y oreja tras aviso. Cayetano, oreja y silencio tras aviso. Dos tercios de entrada.

Gran carga emotiva por la despedida del Bibio de Rivera Ordóñez. Aunque luego el torero no acabara de corresponder. Y eso que el suyo fue el lote más completo. No pasó de aseado con el zambombo que abrió plaza, que tuvo un fondo de calidad más que evidente. Toro noble, humillador y, por si fuera poco, con duración suficiente para mucho más de lo que le hizo Francisco, que no dijo absolutamente nada a lo largo de una labor a la que la sobró precauciones y faltó más ajuste y compromiso. Ante el cuarto, manejable, larga cambiada del recibo, prendió banderillas y toreo galerista, pero lo estropeó con los aceros.

A Cayetano le correspondió un primer toro de mucho genio, sin humillar y siempre al acecho del torero, que tuvo que tragar lo suyo en los primeros compases de faena, sin acabar de verlo claro por ningún pitón. Pero, lo que son las cosas, las ganas, la actitud y la entrega del madrileño fueron obrando poco a poco el milagro, traducido éste en dos tandas finales por el derecho de notable aplomo y suficiencia. Oreja muy trabajada. Volvió a poner toda la carne en el asador en el que cerró plaza y feria, otro toro de pocas opciones por su manifiesta mansedumbre y falta de clase. Perdió premio con los aceros.

Ferrera volvía a Gijón después de cuatro años, No fue nada fácil su primero, áspero, difícil y orientándose a medida que transcurría su lidia. Pero no se amedrentó el torero, que, a base de oficio y entrega, le fue robando las muletazos al marrajo, al que despenó de un bajonazo infame. Tampoco sirvió el desclasado y frenado quinto, con el que volvió a mostrarse muy capaz y seguro en otra labor en la que todo lo tuvo que poner él. Calma y alma, ciencia y paciencia del torero que acabó nuevamente imponiéndose a un imposible. No hubo triunfo, pero el poso que dejó fue más que notable.

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