Toros

La reventa espera hasta el último minuto en busca del 'pelotazo'

  • Los precios continuaron descendiendo y por menos de 100 euros se pudo acceder al coso.

La reventa vivió ayer su último episodio. Había llegado el día y la especulación en el mercado B se vio afectada por diversos factores. El primero, que ante un cielo encapotado no había un verdadero valor diferencial entre ubicarse en sol o en sombra. El segundo, evidente, que con los toreros ya enfilando la capilla de la plaza sobre las siete menos cuarto se ponían en liza dos desesperaciones, la de quien necesitaba urgentemente vender y la de quien quería entrar costase lo que costase. Y le salió cruz a los revendedores, que siguieron rebajando el precio.

Hubo quien pudo ver la gran corrida de ayer por menos de 100 euros, un precio módico si se compara con lo que se ofertaba hace un par de meses. Por un tendido de sombra, la entrada más preciada, la que no bajó de los 400 euros hasta hace pocos días, se llegó a ofrecer la mitad. Si uno paseaba ayer alrededor de la plaza con la mirada perdida, era rápidamente captado por uno de los mucho 'aguilillas' que por allí se concentraban. Los precios de salida eran los del 'pelotazo', los de hace un mes. Pero éste primer contacto no era más que una formalidad.

En el regateo, como si de un bazar oriental se tratara, era obligatorio para acabar conociendo hasta dónde estaban dispuestos los revendedores a bajar. Y fue muchísimo. Las decenas de euros bajaban cada segundo de conversación. Porque si la compraventa no llegaba a término, el reventa debía volver a buscar a algún aficionado. Era un despacho rápido, frenético, casi como el de los corredores bursátiles.

Cuando la explanada junto a las taquillas se fue despejando, alguien gritó "¡compro, compro, compro!". Al acercarse a él, era esta misma persona la que decía que tenía entradas, como tratando de no llamar la atención de policías de paisano. Asimismo, la cautela se extendía, como mera formalidad, a que los revendedores siempre decían 'conocer' a alguien que tenía entradas, no que ellos mismos las vendieran. Cuando tocaron los clarines, aún continuaba alguno tratando de quitarse de encima el boletaje. Pocos compradores quedaban ya. La fiebre de la reventa para ver a Tomás había acabado.

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