Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Un nuevo ‘abueleo’

Quizá se haya fechado en algunos miles de años el atavismo humano que hace de la figura de los abuelos algo importante en la crianza del nieto o nieta; si es que los conoció, porque en la antigüedad –milenio arriba o abajo– la gente, por término medio, la espichaba a una edad en la que hoy muchos hijos aún están en casa de sus padres, aunque, y aventuro de nuevo, también se haría uno padre poco después de las primeras calores. Que me corrijan los zoólogos, pero, como seguidor de documentales de la vida salvaje, e incluso como dueño de algún perro, tengo claro que es como mucho excepcional que un salmonete, una hiena o un puercospín cuiden de las crías de sus propias crías, y no digamos un insecto; ¿las elefantas? Me suena. No sería extraño, los proboscídeos tienen hasta camposantos. (“Cementerio de elefantes”: un tópico para los últimos coletazos de visibilidad de la gente importante.)

Por lo que percibo y me dicen quienes ya han trascendido a su paternidad, el amor por los nietos, si se los trata, es al menos igual de intenso y desinteresado que el que se tuvo y deseablemente se tiene por los hijos. Menos riguroso, menos temeroso, menos disciplinario, más sosegado, al menos igual de gozoso, puede que más. Es verdad que se ven a abuelos ya a abuelas de quienes sus hijos han hecho cuidadores, que traspasando el límite del servicio y la disponibilidad han convertido a sus propios padres en gratuitos sirvientes sometidos a horarios, y seguro que muchos de esos abus dirán que sarna con gusto no pica (horrible dicho, por cierto, pero completamente al uso). El trabajo de la madre fuera de casa es hoy común, y eso alimenta ese proceso. La poca economía, también. Y la maternidad demasiado temprana, que fusiona la adolescencia o primera juventud con los hijos, otro tanto.

He sabido de una iniciativa jugosa, a medio camino entre lo natural familiar y mediterráneo y la modernidad laboral. O no laboral, me explico: se trata de abuelos y abuelas, de sesenta para arriba, que están en razonable estado de conservación, y algunos tienen actividad profesional. Priorizan a la familia por tradición y quizá vocación, y tienen constante trato con sus hijos. Pero no son abuelos-tata. De forma que un día fijo a la semana llevan a su Aitor o a su pequeña Vega a la casa de una abuela que tiene una casa grande, junto con otros cuantos amigos o parientes, que hacen lo propio. Pasan unas horas de cháchara y juego, y los nietos van haciendo pandillitas. Una propuesta de conciliación y amor, entre el otoño de unos y la primavera de otros.

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