Esta vez no
Aunque la espantada fuese ficticia, Sánchez reveló una verdad a la organización: para el PSOE también es destructivo
CUANTOS más días pasan desde el gran berrinche, y hemos cumplido una semana desde que planteó el sainete de la dimisión en diferido, más claro va quedando que Pedro el audaz, presidente del Gobierno a tiempo parcial y pensador asceta, no midió bien su nueva performance para procurarse el enésimo golpe de efecto.
Detrás de su carta sensiblera, de su calculado hermetismo para crear el pánico en el Gobierno y en el PSOE de que realmente iba a tirar la toalla, de su teatralización extrema –incluyendo utilizar a la Corona para aparentar los usos de una dimisión–, no había nada. Pura inanidad.
Apenas soberbia y ninguna explicación de por qué Begoña Gómez no ha cuidado que su actividad profesional, a la que por supuesto tiene derecho, no dé la apariencia de conflicto de intereses, exista éste o no desde el punto de vista administrativo, y tenga o no consecuencias penales, porque hay indicios de que pudo incurrir en tráfico de influencias, de ahí la apertura de diligencias.
El jefe del Ejecutivo cosechó un primer y grave efecto indeseado e inmediato tras conocerse su texto. Y no fue por la terrible sintaxis de la misiva a los españoles que tienen cuenta en la red social X (al resto les ha tenido que informar el periodismo, ese oficio que tanto denuesta). Todos los titulares de la prensa internacional relacionaron su diatriba con la corrupción. Y como sujeto de ésta situaban a su amada esposa.
El periodo inaudito de algo más de cuatro días de reflexión para lograr la adhesión inquebrantable del pueblo español apenas quedó en unas decenas de autobuses de militantes que, provistos de bocadillo y bandera, fueron a Ferraz: apenas 12.500 personas según su propio Gobierno. Fracasó la movilización, por más que justificase que es la razón por la que sigue. Y, sobre todo, abrió los ojos a su partido de que su hiperliderazgo es destructivo también para el PSOE. Para España va de suyo. Aunque la espantada fuese ficticia, reveló una verdad a la organización: después de Sánchez no quedará apenas nada: y muy poco poder institucional. La reacción: las voces que plantean el postsanchismo no se han hecho esperar, por más que ahora intente cercenar cualquier debate sucesorio. Son ya más los que piensan en un futuro liderazgo que en el suyo presente.
Esta vez no. La audacia quizás movilice algo de voto en Cataluña –veremos si en las europeas también–, pero Sánchez ha salido muchísimo más débil de lo que ya estaba y exponiendo el flanco por el que atacarle. Su operación limpieza sólo es un preocupante señuelo para buscar impunidad y perseguir al crítico, sea político, juez o periodista.
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