La Voz Invitada

El castañar onubense reclama su futuro

  • El autor pide un sello de calidad y la elaboración del reclamado Plan Estratégico

Recogiendo castañas.

Recogiendo castañas.

EL sector productor y comercializador de la castaña es determinante en la provincia de Huelva. Tal vez, comparado con otros sectores a nivel general, su peso económico y su capacidad de creación de empleo pueda parecer menor, pero nada más lejos de la realidad.

Correctamente contextualizado, su papel es vital para el desarrollo socioeconómico de la comarca de la Sierra, donde se encuentran las aproximadamente 5.000 hectáreas de bosques de castaños de un alto valor ecológico y si me apuran, hasta histórico. No en vano, algunos de estos hermosos árboles cuentan más de 500 años. Esto supone un hito magnífico, pero, al mismo tiempo, presenta retos que hay que afrontar.

Esas 5.000 hectáreas de castaños ofrecen cada año una cosecha, en el mejor de los casos, de unos 2,5 millones de kilos, sin contar campañas nefastas como la que atravesamos, en la que la sequía ha supuesto una merma de la producción de alrededor del 40%.

Así, en años normales, y gracias a la castaña, entran en la Sierra de Huelva, una comarca desfavorecida regada de pueblecitos que en total no suman 30.000 habitantes, entre 2,5 y 3 millones de euros. No es una cantidad desdeñable y lleva aparejada la creación de un buen número de empleos directos e indirectos en una zona en la que las oportunidades laborales no son, precisamente, abundantes. Es la llamada España vaciada, que se quedará desértica si no prestamos atención a sectores tradicionales como el de la castaña.

Creo que con los datos aportados queda suficientemente demostrada la importancia de este cultivo que, además, es totalmente ecológico y de una calidad excelente. El castañar onubense ofrece un fruto exquisito, sobre todo asado. Sus cuatro variedades autóctonas –plantalájar, la más común, Vázquez o vazqueña, dieguina y helechal- son resistentes y muy sabrosas y merecen contar con un marchamo de calidad que las abandere, que las diferencie, que las proteja y las haga más competitivas.

Las debilidades

Sin embargo, cada año, el castañar onubense se enfrenta a problemas que ponen en peligro su futuro. No se trata de una amenaza fulminante: el sector productor de la castaña no va a desaparecer de un día para otro. Es más bien una gota malaya que va mermando poco a poco la productividad, la competitividad y, sobre todo, la paciencia y la resistencia de los que, como yo, hemos invertido años de esfuerzo y recursos incontables por sacar adelante un cultivo en el que creemos profundamente.

La edad del arbolado es una de las cuestiones que vamos solventando año a año. Es necesario renovarlo y compensar la vejez, por un lado, con abonos naturales y con las podas, pero también con podas que aporten vigor a los ejemplares, injertos y otras técnicas. Todos estos trabajos son sumamente costosos y los productores afrontan la inversión, hablando coloquialmente, a pulmón.

Robos

Con mucha paciencia y resignación se hace frente, también, a un problema que viene de lejos y que, por la naturaleza del propio sector y por una lamentable falta de concienciación de la sociedad, padecemos cada campaña. Se trata de los robos. El hecho de que los bosques de castaños estén más o menos accesibles provoca que no pocos paren sus coches en las cunetas con total impunidad y sustraigan el fruto de nuestro esfuerzo. Esta “apertura” también facilita el acceso de animales salvajes como ciervos y jabalíes, que destrozan los brotes y los injertos.

Por otro lado, el consumo de la castaña está muy marcado por la climatología, y su comercialización está sujeta a una fuerte especulación de los mercados, lo que repercute negativamente, como siempre, en la pieza más débil: en origen. Los productores perciben una cantidad escandalosamente inferior a la que termina pagando el consumidor final, que con frecuencia desconoce por qué ocurre esto.

Las plagas son otro caballo de batalla muy difícil de combatir por enclavarse los castañares en entornos protegidos y por la propia naturaleza ecológica del cultivo.

Esperanzas

Expuestas estas debilidades, cabe aportar las ideas que pueden combatirlas. Nunca hemos sido rácanos a este respecto, nos hemos implicado hasta la médula, llegando incluso a facilitar un trabajo, el de la Administración, que no tendríamos por qué hacer. Un ejemplo es el tan traído y llevado Plan Estratégico del Castañar, una herramienta imprescindible que se ha convertido en una especie de juguete para la clase política pero que nunca llega a materializarse. Desesperante.

El castañar onubense necesita ese plan, sí, y también la creación del mencionado sello de calidad, que podría ser una Identidad Geográfica Protegida o incluso una Denominación de Origen. Todos ganaríamos con ella, no sólo los que nos dedicamos a la castaña, porque es bien sabido que contar con una DO supone una sinergia que favorece al territorio en el que se enclava.

También es preciso encontrar soluciones biológicas para combatir las plagas sin perjudicar al medio ambiente y sin menoscabar la etiqueta ecológica del cultivo, y por supuesto, es urgente contar con ayudas directas que contribuyan a impulsar la inversión, también en maquinaria para el posterior tratamiento y envasado, que posibilite que el sector sea más competitivo, más ágil, más moderno y más eficiente.

El compromiso serio y definitivo de la Administración es imprescindible. Solo así tendrá futuro un sector tan rico y hermoso como el del castañar onubense.

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