Andalucía

Ver amanecer en una habitación de hospital

Sólo quienes han visto amanecer detrás de los cristales de una habitación de hospital despúes de velar la penúltima noche de alguien querido están legitimados moralmente para hablar de esta ley desde fuera de la cama del paciente. Ellos y los médicos de Familia que van a las casas de la gente. Ellos y el personal de Enfermería que ha visto de todo y que, sin embargo, lleva en la masa de la sangre el don de la empatía de la primera vez. Lo demás, sólo es paisaje. Ruido. Furia. Cálculo electoral. Elementos de un debate quizá exquisito y elegante. Pero irreal. Porque no tiene rostro.

Desde el punto de vista de la pertinencia jurídica, es discutible la necesidad de esta norma autonómica. Ahí entran en juego la política y la legitimidad de quien gobierna. Lo que no lo es tanto es el núcleo de sentido común de su contenido: los conceptos de cuidados paliativos, derecho a rechazar un tratamiento o limitación del esfuerzo terapéutico son defendibles por cualquiera que defienda la dignidad humana. De hecho, esas ideas se manejan a la cabecera de los enfermos desde que existe la Medicina. Lo que ocurre es que la Administración autonómica entiende que hay que dar la máxima visibilidad posible a los principios que las sustentan. Y eso, de nuevo, es política. La clave está en hacia dónde se estire la interpretación de la mente del legislador. Para algunos, esta ley abre la puerta a una pendiente resbaladiza que lleva a la eutanasia y al suicidio asistido, asuntos de los que el texto se desliga explícitamente. Para otros, es un refuerzo de las prerrogativas ciudadanas necesario para resaltar que el paciente es, siempre, sujeto de derechos, procurar que éste lo sepa (y a quién se lo debe) y, de paso, erosionar una herencia cultural que se considera incómoda.

Pero quien vela a un enfermo no tiene eso en la cabeza. Sólo se ve dolor intubado. La tele es más aburrida que nunca, se come sin ganas y la sensibilidad se reduce a la de los huesos entumecidos después de días y noches en la butaca de acompañante de una habitación de hospital. Ésa es la gente que dirá si la ley es buena o es mala. Y quien no haya pasado por ahí, quizá debería callar.

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