xxii congreso internacional de bioquímica

La ciencia como necesidad

  • El Grupo Joly reúne en un coloquio a cinco premios Nobel con destacados economistas y científicos que concluyen que la crisis podría acabar con una generación de investigadores y alertan del retroceso de España.

La ciencia no es un lujo, es una necesidad perentoria. Con este argumento prestigiosos investigadores y economistas se reunieron la noche del miércoles en Sevilla para reflexionar sobre los riesgos que la crisis económica y los mecanismos que articulan los distintos gobiernos para salir de ella suponen para el avance de la humanidad. Un coloquio de gran altura, organizado por Diario de Sevilla que sirvió para sentar en una misma mesa a cinco premios Nobel. Todos, al unísono, alertaron de la posibilidad de que España y también otros países desarrollados provoquen con sus recortes y medidas de ajuste la pérdida de toda una generación de investigadores. Y, quizás sin pretenderlo, lanzaron al aire un mensaje dirigido a los gobiernos para que eviten convertir la ciencia en el blanco de los recortes.

Un simple apunte de Miguel Ángel de la Rosa, catedrático de la Universidad de Sevilla que preside el Congreso Internacional de Bioquímica que discurre en la capital andaluza, sirvió para introducir el debate: en la Cumbre de Barcelona de 2002 se fijó como meta incrementar las inversiones de la Unión Europea en I+D hasta llegar al 3% del PIB en 2010, pero dos años después, el reto es utopía. Sobre todo en España, que nada a contracorriente reduciendo drásticamente las ayudas y el dinero público para investigación.

El dato coincide con la percepción que los científicos más eminentes tienen en el exterior. Dos de ellos, Robert Huber y Ferid Murad, conocen bien España. El primero suele retirarse al menos una semana al año en Sevilla y el segundo, que trabajó con Santiago Grisolía en el extranjero, visita desde hace una década Valencia, donde ejerce de jurado del premio Jaime I.

No obstante, también desde la excelencia de los laboratorios ven cómo, cada día más, hay más jóvenes desconcertados que salen de España para no volver. Otros ni siquiera tendrán ahora esa oportunidad. Ada Yonath, Nobel de Química en 2009 y pionera en el estudio sobre la estructura del ribosoma, es testigo de que cómo floreció la ciencia en España en las últimas dos décadas. Por el Instituto Weizmann de Hamburgo, donde trabajó hasta 2004, han pasado numerosos españoles. "Y espero que sigan pasando y floreciendo", apuntó ante el auditorio. Y retornando a España para seguir sus carreras.

La fuga de cerebros traspasa fronteras. No es un problema exclusivo de España. Hamilton Smith, Nobel de Fisiología y Medicina en 1978, tuvo hace décadas un doctorando maravilloso que se volvió a la India tras su formación: "Creía que se lo debía a su país, pero no pudo encontrar un empleo y me escribió una carta rogando que lo admitiese, lo hice claro y se incorporó a los laboratorios Lili y se jubiló en Estados Unidos".

Este científico, que ha trabajado con Craig Venter, considerado el padre del genoma humano, asegura que la crisis también afecta a su laboratorio y que en estos momentos están buscando financiación porque "no hay dinero suficiente".

A pesar de ello, el mensaje es optimista. A Venki Ramakrishnan, Nobel de Química en 2009, no le gusta pontificar, ni entiende por qué se les pide que hablen sobre cualquier materia cuando el galardón lo reciben por una investigación en un campo muy reducido del conocimiento. Aun así, con simpatía, advirtió que España necesita recuperar a sus cerebros y facilitar a los jóvenes recursos e independencia, clave del éxito de Estados Unidos en investigación: "Un científico es creativo en sus primeros 40 años".

Por ello, a Ferid Murad, Nobel de Medicina en 1998, le preocupa que en Estados Unidos los jóvenes científicos que acaban su formación no reciban beca para investigar hasta los 40 años. "Están perdiendo una década de oportunidades, vamos a perder una generación de científicos", apuntó ayer el autor del descubrimiento que hizo posible la Viagra.

Murad lo tiene más que claro: "Más importante que construir tanques y bombas es invertir en investigación", apuntó, criticando que algunos países destinen la mitad de sus recursos a Defensa. Robert Huber, Nobel de Química en 1988, ha conocido revoluciones científicas y también económicas y, desde su experiencia, advierte que hay que gastar con sensatez, "pero hay que gastar en los jóvenes estudiantes", explicó reclamando cerebros frescos con nuevas ideas.

La crisis es mundial pero, en materia de ciencia, no afecta a todos por igual. A Murad le asombra lo bien que le van las cosas a los científicos asiáticos y no sólo en grandes países como China o la India, también en Singapur. Aunque matiza que son las excepciones a la regla, "pues el mundo es hoy un follón". Estados Unidos es el país que más ha gastado en ciencia y, no casualmente, la mitad de los premios Nobel provienen de ahí, pero la tendencia está cambiando. Para este texano experto en farmacología, que confiesa que no le gustaría tomar un medicamento fabricado en China, el mundo es cada vez más pequeño y, por ello, nadie escapa de la crisis. "Todos nos influenciamos", alertó. Ante esta situación, el peligro es que todos los países se contagien y la ciencia se convierta en un problema de segundo orden.

A Kamakrishnan le preocupa que los gobiernos vayan abandonando la inversión en ciencia básica. En la actual situación ¿quién puede dedicarse durante 20 años a estudiar los pelos que tiene en cada pata una araña?, se apuntó desde el auditorio. La ciencia basada en la curiosidad es la base pero sus expectativas chocan frontalmente con las de la economía, donde todo se mide a corto plazo.

La israelí Ada Yonath introdujo un argumento para justificar por qué la ciencia es el motor de la economía: "En época de crisis la gente se plantea cuestiones sobre el funcionamiento de las cosas, observan su entorno... y, aunque esto parezca poco importante, es la clave de la ciencia; los científicos debemos seguir preguntándonos cosas a diario". Y mucho antes de llegar a la Universidad.

Los premios Nobel coincidieron en la necesidad de incentivar a los estudiantes desde la edad más temprana. Y en este punto los galardonados cambiaron sus discursos sobre ribosomas, enzimas y proteínas por sus vivencias, algunas profesionales, otras más íntimas. Todo para justificar que si se quiere, se puede llegar. Ellos lo hicieron. Murad, hijo de un pastor de ovejas que huyó de la miseria de Macedonia a Estados Unidos, tenía muy claro desde niño que, de mayor, quería ser médico, profesor y farmacéutico, más o menos lo que es hoy, pues enseña Farmacología en Houston. Siendo un veinteañero soñaba con el Nobel. A Kamakrishnan, de origen hindú, contar el número de premios Nobel conseguidos por un país le parece lo mismo que contar medallas olímpicas y, como Smith, no cree que sea el mejor medidor del nivel científico de un país. Este último confiesa que no fue consciente de la importancia de su descubrimiento, que abrió el camino a la ingeniería genética, hasta un tiempo después. Yonath relata con asombro cómo los niños de hoy comentan que el ADN, un idioma de cuatro letras que ella comenzó a estudiar hace décadas, es lo que ayuda a los policías a detener a los criminales. Y Huber explicó con satisfacción cómo en Helsinki niños de guardería se ponen sus batitas blancas para hacer una titulación del zumo de limón, un experimento que en España realizan los estudiantes de Bachillerato.

A veces se trata sólo de incentivar. Hamilton Smith se define como un científico puro y duro, pero no tuvo clara su vocación hasta pasados unos años. Cuando su padre le preguntaba qué quería ser de pequeño decía que quería ser granjero o basurero. Hoy, tras ganar el Nobel y trabajar en la secuenciación del genoma humano, tiene una granja de caballos y conoce lo que es la calidad de vida y a quién o qué se debe ésta. "Ni los políticos, ni los músicos, ni los literatos hacen mejorar la calidad de vida de las personas. Son los científicos", exclamó haciendo un llamamiento al auditorio para que todos, en la medida de sus posibilidades, contribuyan a seguir avanzando. Para Yonath, dedicarse a la ciencia es sinónimo de placer y le ayuda a ser mejor personal. Está convencida de ello y así se lo ha transmitido a su hija, especialista en genética en el Sheba Medical Center.

No hay ciencia aplicada si no hay ciencia que aplicar. Es el lema de muchos científicos que, con certeza, pueden añadir ahora que no hay sociedad desarrollada si no se invierte en invesitigación Palabra de Nobel.

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