Bienal de flamenco

Cante de la opulencia

  • Calixto Sánchez cantó en la primera parte de su recital a solas con la gran guitarra de Manolo Franco soleás, malagueñas, seguiriyas y tientos· En la segunda parte, la canción ligera popular fue el eje de su actuación

La Bienal programa en su segunda jornada un espectáculo que pudimos ver hace unos meses en el teatro Central. Lo que entonces era un teclado eléctrico ayer fue un piano y un cuarteto de cuerda. Además, respecto al concierto del Central, Sánchez contó ayer con un telonero, su paisano José de la Mena.

En realidad se trata del repertorio de los últimos años de Calixto Sánchez, sólo que recientemente lo viene adobando con una buena dosis de música más o menos superficial. Y no sólo de música. Estamos en un plan que hasta Calixto Sánchez está necesitando un director de escena: al menos para que no salten las alarmas antiinciendios del teatro Lope de Vega con el humo artificial, como ocurrió anoche al inicio del taranto. O para que los músicos no se oculten los unos a los otros en su disposición escénica. Sánchez, además, derrolla una bis cómico-dramática que llena la escena de gestos amanerados y largas parrafadas que el público, entendiendo que son parte del show, aplaude o ríe. De ahí la necesidad de un cursillo acelerado de arte dramático.

Digo todo esto para explicar que Sánchez se ha convertido en un cantaor barroco. Adoba sus cantes con arreglos de piano y cuarteto de cuerda, coros, y otros elementos de la música ligera, como el bajo eléctrico. Nos explica el cantaor que esto se enmarca en un proceso de evolución o madurez de su cante. Otra cosa es que esto contribuya en alguna manera a la evolución del arte flamenco cuando, como digo, se trata de arreglos de música ligera bastante caducos, con uso abundante de cadencias perfectas, tan ajenas por otro lado a la música tradicional flamenca.

El de Mariena cantó en la primera parte de su recital, a solas con la gran guitarra de Manolo Franco, soleá, malagueñas, seguiriyas y tientos con música del propio Sánchez, aunque siguiendo muy de cerca el legado tradicional. Los cantes que son versiones de poetas neopopulares (Lorca, Villalón, los Machado), pierden en la versión de Sánchez algo de su fuerza modal para acercarse a los tonos mayores y brillantes, es decir, a la canción ligera popular. En la segunda parte del recital, ésta se adueño del escenario en forma de cantiñas, bulerías, mariana y unos curiosos tarantos con ritmo de blues zumbón, ya con el grupo de doce músicos al completo.

La reflexión que me suscita es que la opulencia puede ser tan patológica como el hambre. Una vuelta a los orígenes se postula en muchos casos como el mejor camino de evolución. El propio Sánchez evocó sobre la escena tiempos, a mi entender mejores, en los que interpretaba granaínas y fandangos de Manuel Vallejo.

Abrió el recital el joven cantaor José de la Mena con un repertorio clásico: levante, soleá y seguiriyas, y un enfoque tradicional, ese que vemos todos los veranos en los festivales bajo las estrellas. Mena sigue fielmente los modelos tradicionales: ese puede ser su talón de Aquiles, el museísmo.

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