Cultura

Hueco de merengue

Cante: Juan Valderrama. Guitarra: Daniel Casares. Piano: Laura de los Ángeles. Violín: Alejandro Álvarez. Violonchelo: Rafael Domínguez. Contrabajo: Alberto Román. Palmas: Grupo Jaleo. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: 23 de septiembre. Aforo: Lleno.

Un espectáculo museístico cuyo concepto parte de un malentendido: Juan Valderrama hijo aseguró al principio del mismo que era un homenaje a determinados flamencos, hoy relativamente olvidados, a los que quería reivindicar con el objeto de que un día sus nombres se inscriban "con letras de oro" en la historia. Los nombres son la Niña de los Peines, Manuel Vallejo, Manolo Caracol, Juan Valderrama, Pepe Marchena, Niña de la Puebla y Ramón Montoya. Efectivamente, querido lector: todos ellos estaban en dorado en el libro del flamenco antes, mucho antes, del espectáculo de anoche. Y no sólo eso: sus creaciones o divulgaciones figuran de manera natural en los repertorios de los más reputados jóvenes intérpretes actuales. La era en la que la línea clara del flamenco estaba olvidada (al nivel teórico, porque en la práctica siempre fueron héroes del público) pasó, afortunadamente, hace mucho. La única excepción es la Niña de la Puebla, una intérprete a reivindicar, una cantaora y empresaria excepcional, cuya influencia actual, más o menos secreta, no sólo a nivel de repertorio sino incluso en lo que se refiere a técnica vocal, merecería un estudio serio.

Valderrama se trajo el repertorio de estos maestros fundamentales a su terreno, que es el de la canción aflamencada, en especial por lo que se refiere a cantes con poca o ninguna variedad melódica: garrotín, farruca, campanilleros. El efecto cancionil se veía refozado por los arreglos para cuerdas y piano de Jesús Bola. Más flamencas sonaron las malagueñas y las guajiras y hasta la vidalita con Dulce Pontes. Una colaboración sorprendente, será por eso de la complementariedad de los caracteres: la portuguesa con ese chorro de voz y Valderrama con ese hilillo a veces casi imperceptible. Otra colaboración de campanillas fue la del Güito, que llegó, marcó y se fue. La tónica de todo el concierto fue esta: temas muy breves y a otra cosa. Nada de enjundia, aunque sí colorido. La comparación con los originales es inevitable puesto que las versiones fueron un puro calco. El talón de Aquiles del recital fue, como digo arriba, despojar de toda la flamencura los originales. Pues es cierto que Marchena o Valderrama cantaban con dulzura y una brillantez melódica asombrosa. Pero con una entrega y una actitud flamenquísima que no encontré en el concierto de anoche.

Me gustó mucho escuchar la rondeña de Montoya al piano, versión que demostró una vez más la calidad del tema al nivel compositivo, aunque Laura de los Ángeles estuvo algo enfática.

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