Cultura

Luces y sombras de Marina Heredia

Marina Heredia. Cante: Marina Heredia. Guitarra: José Quevedo 'El Bolita', Luis Mariano, Diego del Morao. Palmas y coros: Anabel Ribera, Toñi Nogaredo, Jara Herdia. Percusión: Paquito González. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Sábado, 2 de octubre. Aforo: Lleno.

Fue un gesto en absoluto espontáneo, y no digo que completamente gratuito. Entre la primera y la segunda copla de la seguiriya. Con la morosidad con la que se movió toda la noche sobre la escena, se quitó la chaquetilla, se sacó los faldones de la camisa, para recogérselos en un nudo, y se quitó el sombrero cordobés. Se despeinó con la mano. Este gesto condensa la realidad actual del arte de esta cantaora granadina. Hay una indecisión en esta morosidad. Un miedo: el de mostrar, mostrarse. Marina Heredia tiene 30 años y lleva unos cuantos en el cante. Tiene que decidirse: o sigue siendo la bandera de un cante pulcro, festero, amable, inmaculado, radiante y radiable y con poca trascendencia, como auguraba su primer disco, o decide ya romperse, entregarse a la verdad.

El recital fue, como digo, pulcro, perfecto. Su puesta en escena, naif pero bien resuelta, en sus cambios de vestuario, en su cabello impoluto, en su cara de cera. Sevilla no se resistió a decirle guapa cada diez minutos. En el campo de la imagen, del dominio escénico, nadie puede enseñarle algo a la granadina. También conoce a la perfección la melodía de los cantes clásicos, sean las malagueñas, la minera, la levantica, la soleá, la seguiriya. Otra cosa son las emociones. Hay unas que domina a la perfección: las que se mueven sobre la epidermis, la caricia de su voz grave. La cuestión es si está dispuesta a romperse, a entregarse a la verdad. La cuestión es qué nos tiene que decir, si tiene algo que decir. O relajarse en el escenario y mostrarnos cómo es. No me amarga el dulce que ofrece Marina Heredia, sólo que, a estas alturas, me he vuelto más exquisito. Por algo a este arte lo llaman jondo, aunque el flamenco ligero, intrascendente, haya tenido un hueco siempre en el seno de lo jondo, bien que marginal.

Marina Heredia no se ha decidido. En la seguiriya, con el contundente toque de Diego del Morao, parecía querer seguir el gesto, y desmelenar también el alma. Pero todo se quedó en un medio camino a ninguna parte. Fue, con las soleares, lo mejor de la noche. El resto es una cosa amable, bien hecha, y de fácil digestión: canciones por bulerías, fandangos estridentes del Albaicín, cantiñas, tangos. Para el cante grave se vistió el traje corto flamenco masculino. Todo muy pulcro, todo correcto. Su ropa, su pelo. Las luces, los movimientos escénicos. Su cara de cera. El día que se decida a contarnos qué se esconde en la oscuridad de su voz, en el pozo de su alma, habrá nacido una cantaora enorme. Porque lo demás, condiciones técnicas e imagen, las tiene de sobra. El día que el desmelene sea verdad.

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